Las ciudades de pocos habitantes son como aristócratas venidos a menos, fuera de escena al
quedarse sin hacienda. Encalladas en el tiempo, conservan imagen y atributos de
vieja nobleza, y apelan a su pasado para sobrellevar con irrenunciable dignidad sus marchitas realidades. Sin embargo, aunque
reivindicativas de antiguos fueros, sus gentes suelen dormitar plácidamente sobre
almohadas de rancios laureles.
Tuy urbe es ciudad
por relevancia histórica, pero no en razón al número de habitantes, alrededor
de 7.000. Tampoco lo es, claro, por economía o entidad política. Su identidad milenaria, patrimonio arquitectónico y bello
emplazamiento fronterizo no han sido, hasta ahora, salidas de desarrollo para que, la que fuera capital del antiguo reino de
Galicia, salga del enquistado raquitismo que la atenaza. Un raquitismo sin
esperanza porque la cortedad de horizontes expulsa de su cuerpo a la mayoría de
la gente más preparada. Y enfermizo, porque difícilmente puede superarse si se retroalimenta
aceptando y eligiendo, con perseverancia conservadora, resignación cristiana y
fidelidad partidaria, a personas de lo más corriente: de vida gris, sin talla
ni currículo alguno como timoneles de su destino. Esta particular idiosincrasia
solo cabe interpretarla en clave mística:
pleitesía a unas siglas y fe en que el santo patrono los guiará a buen puerto.
Pero San Telmo hace ya mucho que no ejerce, porque Tuy hace otro tanto que no
navega, sigue varada a orillas del Miño, al que ha dado la espalda. Todavía no
ha llegado el tiempo en el que un no creyente sea elevado a los altares del gobierno
municipal en esta pequeña ciudad de estructura medieval.
Si
estadísticamente no es probable que surjan
líderes valiosos en localidades de pocos habitantes, todavía menos cuando en
las mismas hay déficit de ciudadanía. Entendida ésta en el sentido moderno de
ciudadanía activa, que hace referencia a aquella que, consciente de su
pertenencia a una comunidad local participa en áreas de la vida social y/o los
asunto públicos; en contraposición a la ciudadanía pasiva que consideran las
cuestiones políticas como algo lejano y extraño a sus intereses. Del déficit de
ciudadanía activa en Tuy, y ni siquiera tanto, aunque previsible, tuve
constancia en los días de recogida de firmas en contra de la ubicación del
nuevo Centro de Salud. Lo sorprendente, a la vez que decepcionante, fue la
reacción de ciertas personas de las que, por su formación y relieve social,
esperaba mejor acogida. Valgan como ejemplo de falta de compromiso dos
elocuentes respuestas: una, de persona profesional de la abogacía: “no,
gracias, ya hace mucho que dejé de comprometerme con nada”; y dos, de persona
empleada en la radio municipal: “lo siento, pero yo he decidido no firmar nada
relacionado con Tuy”; quizá porque considera suficiente comprometerse solo de
palabra por aquello de que las palabras se las llevan las ondas, y a la
velocidad de la luz. Pocas esperanzas cabe albergar de mejorar la situación si
al desafecto individual de la ciudanía se suma el de las colectividades. Ante
la asfixiante carencia de cruciales dotaciones para el comercio y desarrollo de
esta ciudad, no entiendo el silencio de la nueva directiva de Acitui, cuya hoja
de ruta, aparte de la ruta de la empanada, se
puede resumir así: un globo, dos globos, tres globos; un logo, dos logos…
Tuy se encuentra
en una situación de ahogo insostenible, de retroceso comparativo respecto de
municipios limítrofes. Y de muy difícil salida, tras veinte años de política de
calderilla, de atención a lo menudo y de
despreocupación, por falta de visión, por la planificación y ejecución de
infraestructuras, que ha quedado patente en los dos planes de urbanismo, que no merecen tal
nombre en cuanto que se centraron exclusivamente en la edificabilidad de viviendas. En ninguno hay proyecto de ciudad. No se
contemplaron aparcamientos, espacios de convivencia (plazas, parques, recinto de fiestas), reserva
de suelo para edificios de servicios: juzgados; centros sanitarios (el nuevo
Centro de salud es el ejemplo más acuciante); educativos; administrativos
(policía nacional y local, incluso la propia Casa Consistorial); estación de
autobuses, etc. Ni siquiera la muy necesaria apertura de la cabecera de la
calle Orense, eterna promesa, tiene trazas de ser ejecutada.
Qué decir del eterno olvidado y abandonado
casco histórico, (y el Teatro Principal, del que el gobierno ni la oposición se
acuerdan), por más que representa la identidad de Tuy, condenado, quién sabe por
cuánto tiempo al progresivo deterioro, puesto que se han perdido todos los
trenes de las ayudas europeas al no haberse redactado en tiempo un plan de
protección.
No soy hombre
de rezos ni exhortaciones, que todo es lo mismo, pues no se ruega a los cielos,
que no oyen, sino a uno mismo y a la colectividad en que se vive, pero sí de dedicatorias cuando hay motivo. Y,
concerniente al decrépito casco histórico, he aquí la dirigida a Antonio Feliciano (Fdez.
Rocha), a su escuela y aventajado discípulo, tomada de la letra de una canción de otro Feliciano, José
Feliciano, ciego también como el primero, pero con ojos para percatarse del
estado de su pueblo: “pueblo mío que estás en la colina (de piedra), tendido como
un viejo que se muere…”
Qué será, qué
será, que será... Que será de Tuy, es fácil adivinarlo.
José Antonio
Quiroga Quiroga
Magistral descripción de esta ciudad anestesiada.
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