miércoles, 12 de enero de 2022

Covid e inmunidad de rebaño en la aldea global

           Es evidente el desconcierto existente en la comunidad científica, singularmente en la oficialista, acerca del Covid-19, de la aparición de variantes y en cómo erradicarlo, como para que haya que confiar en sus dispares hipótesis y conjeturas, y obedecer ciegamente sus recomendaciones.

          Circulan dos teorías sobre la aparición de nuevas cepas covid: la que sostiene que está en la naturaleza de los virus el cambiar constantemente debido a los errores que cometen cuando copian su material genético al infectar a una persona; y la que defiende que las nuevas variantes han surgido en personas inmunodeprimidas con infección crónica en un proceso en el que las defensas luchan contra el coronavirus durante meses, hasta que aparece un mutante que invade mejor las células humanas y consigue escapar.

          Aunque lego en medicina, soy libre de exponer mi punto de vista al respecto y de inclinarme por la segunda teoría (sin perjuicio de que ocurra accidentalmente la primera, pero con el reparo probabilístico de que los errores genéticos resulten provechosos para el propio virus), ateniéndome al principio económico energético de supervivencia que rige en la naturaleza, por el cual todo cambio obedece a estrictas razones de beneficio y utilidad. Nada en ella ocurre de manera  gratuita e inmotivada.
          Como las vacunas generan anticuerpos específicos presuntamente más eficaces que los existentes en el organismo humano, es lógico presuponer que los virus traten de mutar para eludir los ataques del sistema inmunitario entrenado, al tiempo que de aumentar su transmisibilidad, y, con ello, la perduración. Por el contrario, cabe deducir que si el virus prospera en el organismo infectado, como sucede en los no vacunados,  es porque no encuentra resistencia suficiente como para verse en la necesidad de mutar; de ahí que  tenga fundamento el suponer que las mutaciones son menos probables en personas con menos protección.

          La declaración de González Candelas, catedrático de Genética en la Universidad de Valencia y divulgador médico, que dice: “A medida que la población inmunizada aumente, la presión selectiva a favor de aquellas mutaciones, o conjunto de ellas, que disminuyan la capacidad de neutralización de anticuerpos y células inmunitarias será mayor”, se alinea con la teoría que atribuye las mutaciones a la respuesta del virus frente a las dificultades que encuentra  para replicarse. Asimismo, informa de que el genoma del virus acumula mutaciones con una tasa estimada de 26 cambios por año: la secuencia de referencia de Wuhan, 23; Alfa, 17; Delta, 9; y Ómicrón 32,  de lo cual se infiere  la interinidad inmunológica de las vacunas frente a estas rápidas mutaciones, hecho que las variantes Delta y, mayormente, Ómicrón han puesto en evidencia batiendo las tasas de contagio registradas.

          La pretendida inmunidad de rebaño de los Gobiernos se limita a la población de sus respectivos territorios que, en el caso hipotético de alcanzarse, con arreglo a lo expresado anteriormente,  no impide la aparición de cepas autóctonas que infecten de nuevo a dichos rebaños, ni tampoco la incidencia en el propio territorio de las variantes foráneas, tal y como viene sucediendo. En defensa de los que no han querido vacunarse, viene a propósito señalar que la fulgurante propagación de las variantes Delta y Ómicrón en el mundo, necesariamente, ha tenido como medio de expansión la vía aérea, transporte al que solo tienen acceso los vacunados que acrediten el certificado o pasaporte Covid.

          El mundo, la aldea global, se compone, en términos de pandemia, de un gran número de rebaños, adscritos a los respectivos países existentes, dispares en el número de individuos, características fisiológicas, y políticas  sanitarias, pero con fronteras muy permeables a los flujos humanos. No es razonable, pues, en cuanto  materialmente imposible,  imaginar la inmunidad planetaria, además de simultánea, de la que ningún Estado parece ocuparse, aunque ello no impediría las prácticamente inevitables mutaciones, frecuentes en un virus respiratorio,  de modo que, pese a las vacunas, seguiremos expuestos a los embates del incontrolable ciclo de oleadas pandémicas.

          A fuerza de repetidos pinchazos de refuerzo, consecuentes desencantos y frustraciones, la sombría y cruda realidad  nos va introduciendo en  triste resignación, y a  encomendarnos, a la antigua usanza, a la liberación que traerá la inmunidad natural (la obtenida por pacientes no vacunados que han pasado la infección), demostradamente más eficaz y duradera que la farmacológica.

          Solo cabe confiar en que, a los no vacunados, potenciales contagiadores en igual o menor medida que los vacunados, a quienes perversa e interesadamente, y sin asomo de respaldo científico, se les acusa ¡oh incomprensible paradoja!, de representar un peligro para las vidas de los felizmente inmunizados, les sea respetada la libre asunción del riesgo personal que  han decido correr por su cuenta; pues ellos, sobre todo la ingente población de los países menos desarrollados, serán los portadores y garantes de la verdadera inmunidad.

 

                               José Antonio Quiroga Quiroga