sábado, 17 de abril de 2021

Mensaje contradictorio sobre la seguridad de las vacunas

¿De qué se sorprenden las comunidades científica y política internacionales del creciente recelo de la población a vacunarse con determinadas vacunas anti covid?, ¿A caso no han sido ellas las causantes y responsables del repliegue de la ciudadanía por suspender cautelar y temporalmente la administración ante la aparición de unos cuantos casos de trombos, algunos de los cuales terminaron en  muertes, sabiendo que los beneficios siguen siendo muy superiores a los daños?  

¿Acaso la demostración de que los pocos casos conocidos de trombosis raras en el cerebro y muertes son causadas por  determinadas vacunas, altera significativamente las probabilidades de dichos beneficios y daños, argumento primero y último para seguir vacunando a la población, como para interrogarse si continuar o parar la vacunación? Dinamarca rechazó definitivamente la vacuna de  AstraZeneca, y Estados Unidos paralizó la recientemente aprobada vacuna de Janssen.

                                   Carolina Darias, ministra de Sanidad

Nada más natural y razonable que, ante estos vaivenes de criterio de las autoridades científicas y políticas, la ciudadanía sospeche de que algo grave debe estar ocurriendo, y piense que algo se le esté ocultando, para que  incurran en semejante contradicción.

Tampoco, respecto de la probabilidad de ocasionar trombos, y generar confianza en las vacunas, se muestran finos al escoger como  referencia las píldoras anticonceptivas. No son comparables ambas cosas, ya que  el número de píldoras anticonceptivas necesarias para que sean eficaces es de una diaria, con un mes de descanso al año, durante el número variable de meses o años que se quiera evitar embarazos, frente a dos dosis de las vacunas inmunitarias. Parece que, de momento, va a ser necesario vacunarse cada seis meses; lo cual altera el cálculo inicial de probabilidades frente a las referidas reacciones indeseadas graves.

Lo que sí sorprende, es que las comunidades referidas, de prestigio mundial, hayan metido la pata de manera tan torpe, lo cual conduce al descrédito y pérdida desconfianza en las instituciones.

 

                                        José Antonio Quiroga Quiroga

 

 

jueves, 8 de abril de 2021

La lotería macabra de la vacuna de AstraZeneca

A nadie le gusta jugar a la lotería negativa, aquella en la que el “premio” consiste en sufrir una trombosis que te puede conducir al cementerio o a la paraplejia. A esta lotería juegan los que son vacunados con AstraZeneca. La probabilidad de que seas el desgraciado con el premio gordo de los efectos secundarios, o con la pedrea de un ictus a causa de dicha vacuna, es, de momento, muy pequeña, pequeñísima frente a la de morir de infección por  coronavirus,  pero muy superior a la que, con una apuesta simple, toque  la lotería  de los Euromillones o la Primitiva.

Los porcentajes oficiales de las probabilidades referidas que se ofrecen  parten de la premisa errónea, o falsa  (a un científico comprometido no se le pasaría por alto esta variable) de que la totalidad de la población  acabaría infectada, y correría el riesgo de morir si no se vacunase. Este presupuesto de partida en el cálculo no se ha dado nunca  en una epidemia o pandemia; ni siquiera se cumplió en 1720 cuando apareció  la peste negra; tiempo en el que la rudimentaria medicina no disponía de prácticamente medios de sanación, de prevención, ni tampoco recursos económicos, que dejó un balance estimado de muertes en Europa del 50 %.

No toda la población, pues, va a contraer el coronavirus, o al menos, sufrir sus efectos, ya sea porque su sistema inmunológico lo combate (grupo de asintomáticos), porque se guardan del bicho observando las medidas de protección recomendadas (uso de mascarillas,  hidrogel, etcétera,  y evitando los contactos prescindibles), o bien porque de manera natural se desarrollan defensas durante el tiempo de pandemia. Por tanto, para aquellos que no lo van a pillar o, de contagiarse, no van a padecer ningún efecto de consideración, la probabilidad de que mueran a causa del virus es CERO. Sin embargo, los que en principio disfrutan  de nula probabilidad de muerte, entrarían en el en el  macabro sorteo trombos si son vacunadas.

En efecto, todos los medicamentos producen efectos adversos (recogidos en los prospectos), pero ninguno desemboca en la muerte del paciente, motivo suficiente para que no se autorizase su comercialización.  La diferencia que impide equiparar las consecuencias no deseadas producidas por los medicamentos y las producidas vacunas (no se conocen los prospectos), gravedad al margen,  estriba en que los primeros se administran a personas enfermas, mientras las segundas incluyen a las sanas.

El problema que surge de este razonamiento es que no se puede saber a priori cuántas  personas ni quiénes serán las que no se van a ver afectadas por la pandemia, pero como ya existen alternativas más seguras (Pfizer) a la vacuna AstraZeneca, no es admisible que esta se siga administrando al amparo de que son mayores los beneficios que los daños. Que le vayan con ese cuento de consolación a los damnificados.

Además del perverso y falso balance de favorecidos y perjudicados por la vacuna, cabe encontrar otras razones posibles, de difícil justificación, que explican el que, de manera restringida,  pero aventurada, se siga administrando en determinada franja de edad: el retraso que ocasionaría, al desecharse su uso, en el programa de vacunación; se me ocurren las siguientes: que el Gobierno  pretenda amortizar el dinero gastado y comprometido en la adquisición de unidades a AstraZeneca; y que se procure contribuir en salvar de la ruina económica a esta firma farmacéutica.

 

                          José Antonio Quiroga Quiroga