No es propio
de un Dios reclamar que le amen, al margen que no es posible amar lo
inabarcable e inimaginable. En todo caso a Dios solo cabe adorarle. Y en
absoluto aceptable que tal pretendido amor se anteponga al de sobre todas las cosas, que induzca a desatender lo terrenal en aras de lo celestial. He aquí el germen de todo
fundamentalismo, y de los riesgos que comportan para este mundo los altos vuelos del espíritu. Si la mirada está
puesta en el cielo no es de extrañar que en nuestro caminar nos pisemos unos a
otros.
A propósito
del conflicto entre Israel y Palestina, Isaac Rabín dijo en una ocasión,
después de rubricar entre salvas de cañones el acuerdo de paz con Jordania, “Si
Dios quiere no habrá más muertos”. ¿A qué Dios se refería?
Debería
bastarnos como guía de conducta, porque está a nuestro alcance, aunque no es
fácil, el principio de amar a todas las cosas, animadas e inanimadas, a
nosotros mismos, al mundo animal, al paisaje, al aire, al agua…En definitiva, a
este mundo, a la realidad que nos toca vivir.
Cuando se
antepone el amor a Dios sobre todas las cosas, suele suceder que este amor a lo intangible termina
por interponerse entre el fraterno de la
humanidad.
El verdadero
Babel no han sido ni son las lenguas, sino los credos.
José Antonio
Quiroga Quiroga