Cuando la política sale de sus
cauces e inunda los juzgados, alguien sensato advierte de que, salvo causa
extraordinaria, las diferencias deben resolverse políticamente, pues a nadie conviene que se judicialice.
Según datos del Consejo del Poder Judicial, desde 2006 hasta 2016, se han registrado 1.490.000
denuncias por malos tratos en la relación de pareja; de las cuales el 87 %
terminaron en nada. Sin embargo, lejos
de recomendarse de que las desavenencias surgidas en la vida doméstica se solventen en el seno de la misma, o externamente con la
ayuda de un servicio público de asesoramiento y psicoterapia, se orquestan
campañas de invitación a la denuncia por “cualquier
tipo” de violencia de género, como
si no fueran suficiente incentivo, exclusivo para mujeres: la justicia gratuita
y, sobre todo, la Renta Activa de
Inserción (igual ayuda que se concede a los desempleados), a la que se tiene
derecho por el solo hecho de denunciar, sin que intervenga el que la denuncia se
admita a trámite o se archive.
Conforme existen asociaciones para la conciliación de la vida familiar
y laboral, relativas a la igualdad de derechos y oportunidades, y superabundan
las feministas, centradas en la defensa de la igualdad y lucha contra la
violencia de género, del orden de 4.500
en España, de las cuales 2.000 están en Andalucía, que en diez años han
manejado la friolera de 24.000 millones de euros (de ahí su capacidad de movilización),
sorprende que no haya datos sobre asociaciones orientadas a la prevención de la
violencia en la pareja.
Las estadísticas dibujan un panorama desolador en el matrimonio convencional
de hoy día, regido al parecer por el
desamor, el desafecto y las disputas personales, que a tenor del número de
desenlaces con resultado trágico lo prefiguran como vínculo de riesgo considerable;
y que la ley contra la violencia de género, de demostrada ineficacia y nocividad,
lejos de reducirlo lo ha incrementado.
De entre los damnificados como consecuencia de una mala relación conyugal, y consiguientemente
de una ley injusta, que se aplica de manera desigual en
función de la fortaleza o debilidad del sexo,
la parte más castigada corresponde al hombre, ya que la cifra de
suicidios en las filas masculinas en situación de separación o divorcio es
dieciocho veces el número de muertes de mujeres asesinadas por sus parejas o
exparejas varones (1.000 hombres
por 56 mujeres, de media anual). Sin
embargo, el feminismo radical combatiente culpabiliza no ya al maltratador
confeso, sino al macho, a la
masculinidad en abstracto, hostil por naturaleza, al que parece haber declarado la guerra. En
este contexto de irracionalidad feminista histérica se encuadra el comentario realizado en tertulia televisiva por la periodista-actriz
Marta Nebot: “Celebrar el día del hombre es como celebrar el día
del terrorista”.
Diríase, pues, que un poder oculto, no se sabe con qué finalidad, atenta
contra el matrimonio heterosexual en favor del homosexual, a salvo de la ley de
violencia de género. Quizá el Papa quiso insinuar algo así cuando dijo, “parece
que está de moda ser homosexual”. Tal vez, madres que tenéis hijos, se trata de
reacción instintiva de protección.
José
Antonio Quiroga Quiroga