“La Navidad
nos hace mejores”, reza un eslogan de la cadena hostelera Vips, acompañado de la
foto de un plato especial. Tan mejores nos hace que creemos que somos buenos de
verdad ¿Y qué mejor respuesta de buenas personas que mostrar gratitud por tal
reconocimiento acudiendo al
establecimiento que de antemano nos reconforta espiritualmente y que, a buen
seguro, también nos reconfortará el
estómago con la excelencia de sus productos?
La Navidad, con su mágica atmósfera de cuento,
nos viene bien a todos para reconciliarnos con nosotros mismos y sentirnos “güenos”:
porque lo necesitamos y porque es tiempo de obligada paz. Y de inexcusable felicidad,
¡dulce Navidad¡ como sugiere la
ambientación y decorado envolventes.
Además de ejercicio anual preparatorio para la felicidad eterna que dicen que nos
aguarda en el paraíso.
Pero el
espíritu de la Navidad es opulenta estrella fugaz, grandilocuente como los fuegos de artificio, cuyos
efusivos destellos de fraternidad y concordia se concretan en protocolarios
apretones de manos y corteses buenos deseos. Sin embargo, el cosmos, indiferente
a lo que sucede en una parte del mismo, sigue su enigmático curso regido por
inviolables e implacables principios y leyes físicas.
Somos como nos
comportamos a diario. Como dice Pedro Navaja (ladrón de esquina) “si naciste
pa´ martillo del cielo te caen los clavos”, aunque es legítimo, respetable y
saludable, incluso hermoso, de vez en cuando y en determinadas fechas, soñar que vivimos en el país de Alicia.
Por todo
ello, y pese a ello, y a que en el firmamento de la duradera Navidad comercial
hay muchas más bombillas que estrellas, a los amigos y a los que no lo son, a
los enemigos, a los conocidos y desconocidos, a los inmigrantes y refugiados, a
la gente de toda condición, tiburones y tiranosauros,
¡¡¡Feliz
Navidad!!!
José Antonio
Quiroga Quiroga