domingo, 29 de diciembre de 2013

Mensaje de Navidad


                

La gente de bien adora los belenes de figuritas de barro. A mí, como adulto, no me dicen nada, pero sí y mucho los incontables belenes permanentes del vasto mundo de la pobreza. Y no me regocija en absoluto tan triste estampa. De las religiones aceptaría la labor balsámica de confortar a las almas desvalidas si no fuese porque su tutela trata de mantenernos en estado de dependencia espiritual de por vida con angelicales nanas.

La breve y volátil dicha navideña es una felicidad soñada ante el acechante desamparo, e inducida por el etéreo consuelo del nacimiento del Redentor. Pero la verdadera protección que la humanidad siente, toca y valora   es la del grupo familiar como garantía de sustento, rubricada y festejada en el altar de una mesa surtida y abundante en alimentos. Tras el consumo compulsivo de estas fechas se esconde el deseo de ahuyentar el ancestral fantasma de la pobreza y el hambre. A sentirnos dichosos por tener cobijo y reconfortante calor de hogar contribuye la tradicional y entrañable escenografía del frío, evocadora de la inclemencia de la intemperie, la blanca navidad, más blanca por la nieve que por la pureza de sentimientos, pues los canallas también celebran la Navidad. Esto es el espíritu de la Navidad, la autocompasión proyectada sobre los demás que nos lleva a ser caritativos con nuestro semejantes.

Aborrezco el repertorio de cantinelas estupefaciente político-religiosas al uso, del que participan cogidos de la mano ambos poderes, muy especialmente la política de derechas, al que pertenece la recomendación final para ser felices por Navidad de César Vidal, columnista del diario La Razón, recogida en su artículo, “Felices Fiestas”, página 2, publicado el 26/12/2013, que reza literalmente así: “ De gracias a Dios, sí, lo que acaba de leer, porque si el trabajo no es malo al menos tiene un empleo, y si está desempleado, al menos tiene salud y una familia; y si está solo y enfermo, los hay que se encuentran en peor situación o incluso se han muerto. Además, aunque cueste creerlo, Él lo está llamando y desea su felicidad. Nada más. Que Dios nos bendiga”.

Tiempos de predicadores los de precariedad generalizada. De pastores encargados de aplacar la frustración y descontento de las masas con sus gobernantes derivando hacia el cielo la mirada en demanda de solución a sus problemas.  
 
                               José Antonio Quiroga Quiroga

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Sístole de Navidad, diástole de Año Nuevo.


         Por Navidad, el universo de entes divinos y santidades que configuran  la esfera celestial, se contrae en sobrenatural sístole de acercamiento a los mortales de la tierra. Este cíclico beatífico latido genera en todo el orbe cristiano una densa atmósfera de recogimiento trascendente cuya poderosa mística extrae del  alma humana un agridulce destilado de bondad, soledad y desamparo.

         En estos días de blanda perfección y entrañable felicidad, con las estrellas al alcance de la mano, se abren los corazones, reina la indulgencia, brota la fraternidad, y se establece la concordia en forma de felicitaciones y cálidos apretones de manos. Tras la maceración de los sentidos en delicadas fragancias de diseño y sinfonía repostera de turrones, confituras, frutas escarchadas y licores, los tiernos sentimientos cristalizan armoniosamente en la dulzura bajo la suave luz de constelaciones de millones de bombillas y candorosa melodía de villancicos para componer la postal navideña.

         Esta angelical espiritualidad de carta nevada y azúcar glasé, resultado de la hermosa contrición cardíaca de las personas de buena voluntad, a ratos triste, no tarda en ser desplazada por el empuje de la irrefrenable mística pagana, de naturaleza gaseosa, al desencadenarse una contra atmósfera de vaporosa alegría e incontenible fuerza expansiva, generada por la fermentación del exceso de azúcares y  de burbujas de carbónico ingeridos, cuyo “Big Bang” de júbilo, potenciado por la explosión simultánea de innumerables cohetes y detonación de botellas de champagne, tiene lugar, exactamente, con las campanadas que anuncian  la última pulsación del año.

El mundo terrenal, en su rítmico palpitar, alimenta indefectiblemente sus dos necesidades esenciales, las del espíritu y las de la carne. Al igual que el universo,  del que formamos parte, que se expande, nuestro mundo tiende al desahogo.

 

 

                                 José Antonio Quiroga Quiroga