La gente de bien adora los belenes de figuritas de
barro. A mí, como adulto, no me dicen nada, pero sí y mucho los
incontables belenes permanentes del vasto mundo de la pobreza. Y no me regocija
en absoluto tan triste estampa. De las religiones aceptaría la labor balsámica de
confortar a las almas desvalidas si no fuese porque su tutela trata de mantenernos
en estado de dependencia espiritual de por vida con angelicales nanas.
La breve y volátil dicha navideña es una felicidad soñada ante el acechante desamparo, e inducida
por el etéreo consuelo del nacimiento del Redentor. Pero la verdadera protección
que la humanidad siente, toca y valora es la del grupo familiar como garantía de
sustento, rubricada y festejada en el altar de una mesa surtida y abundante en
alimentos. Tras el consumo compulsivo de estas fechas se esconde el deseo de
ahuyentar el ancestral fantasma de la pobreza y el hambre. A sentirnos dichosos
por tener cobijo y reconfortante calor de hogar contribuye la tradicional y
entrañable escenografía del frío, evocadora de la inclemencia de la intemperie,
la blanca navidad, más blanca por la nieve que por la pureza de sentimientos, pues
los canallas también celebran la Navidad. Esto es el espíritu de la Navidad, la
autocompasión proyectada sobre los demás que nos lleva a ser caritativos con
nuestro semejantes.
Aborrezco el repertorio de cantinelas estupefaciente
político-religiosas al uso, del que participan cogidos de la mano ambos
poderes, muy especialmente la política de derechas, al que pertenece la
recomendación final para ser felices por Navidad de César Vidal, columnista del
diario La Razón, recogida en su artículo, “Felices Fiestas”, página 2, publicado
el 26/12/2013, que reza literalmente así: “ De gracias a Dios, sí, lo que acaba
de leer, porque si el trabajo no es malo al menos tiene un empleo, y si está
desempleado, al menos tiene salud y una familia; y si está solo y enfermo, los
hay que se encuentran en peor situación o incluso se han muerto. Además, aunque
cueste creerlo, Él lo está llamando y desea su felicidad. Nada más. Que Dios
nos bendiga”.
Tiempos de predicadores los de
precariedad generalizada. De pastores encargados de aplacar la frustración y descontento de
las masas con sus gobernantes derivando hacia el cielo la mirada en demanda de
solución a sus problemas.
José Antonio Quiroga Quiroga
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