domingo, 31 de julio de 2016

Versión Original (II)


Echar la culpa a terceros:

El lenguaje siempre dispone de herramientas útiles para sortear responsabilidades o sacudirse la culpa.  Una de ellas, de importación, que ha alcanzado éxito casi absoluto entre los hablantes hispanos, es la traducción, y uso a conveniencia, de palabra anglosajona “wrong”: equivocado, en su acepción  como adjetivo; listo para ser endosado a un tercero,  y no, ¡ay! como verbo reflexivo: estar equivocado, que implica asunción y justo, aunque incómodo, reconocimiento.  

    Veamos un ejemplo tomado  de un artículo de una columnista de El País: “Digamos que tuve mala suerte. Que nací en el lugar equivocado, me casé con el marido equivocado y contraje la enfermedad equivocada…”

Efectivamente, “se equivocó la paloma, se equivocaba. Por ir al norte fue al sur…Se equivocaba”. Sin embargo, una vez allí, en el sur, desorientada y confundida, el orgullo no le permitió reconocer su error y dijo que estaba en el lugar equivocado.

 

Demasiado “demasiado”:

         Otro adjetivo empleado indiscriminadamente, por cuanto atañe también a la responsabilidad personal, y que ha reemplazado  en el uso al adverbio “muy”,  es el vocablo “demasiado”. Que significa exceso, abuso y delito; y a juzgar por   la frecuencia con que se usa dicho vocablo  diríase que la demasía   fuese lo natural y esperable  de  cualquier acción humana. A primera vista resulta paradójico  que se acuda a este vocablo maximalista cuando se peca por defecto. Sin embargo, la elección no es inocente o casual, sino que con ella se pretende, inconscientemente, en buena parte de casos, una rebaja importante de responsabilidad o de culpa. Es muy frecuente, por ejemplo, escuchar a futbolistas decir que no estuvieron demasiado acertados, después de haber tenido una tarde negada en el pase o cara a la portería. De esta forma el jugador trata de justificar su pobre actuación al establecer como referencia de evaluación un nivel que por extraordinario y excepcional no es en absoluto exigible a ningún jugador. Ni siquiera cuando para evitar la derrota del equipo se necesita de un milagro. Además de que,  como fenómeno favorable, el extraordinario porcentaje  en el acierto nunca es demasiado, salvo cuando se da ensañamiento con el rival.  Mucho más razonable sería si dijese que no ha estado muy acertado cuando  ha estado poco o muy poco, pues aún en  caso de evidente indulgencia consigo mismo,  tal manifestación no dejaría de ser  sincera por enmarcarse  dentro de la  natural, inocente e inevitable dosis de subjetividad.

Cuando un tercero, por ejemplo, el entrenador del equipo, es el que se manifiesta en esos mismos términos: “la verdad es que fulanito hoy no ha estado demasiado acertado en la labor defensiva”,  está igualmente tratando de aligerar la carga de desacierto del jugador  para salvarlo de la ira del público; además de mostrar consideración  con él.

Más dificultad de explicación ofrece a primera vista, por cuanto más paradójico parece,  el empleo de la palabra demasiado en ciertos casos en los que quien la emplea parece dar muestras de desdén o escasa simpatía por la persona aludida, cuando en realidad se trata de otra sutil expresión de cortesía. Imaginemos que alguien entra en una cafetería y le pregunta al propietario si fulanito o menganita suele venir por el establecimiento, y recibe como respuesta: “la verdad es que no viene demasiado por aquí”. Decir que no viene demasiado puede interpretarse  como que el aumento de la frecuencia de las visitas podría llegar a ser molesta,  pero chocaría con el natural interés comercial del titular de la cafetería. Es más lógico pensar que dicho titular no quiere incurrir en reproche hacia  el potencial asiduo cliente diciendo que viene poco o muy poco por su negocio.

Se observa, pues, que la razón del uso del vocablo demasiado radica, en la mayoría de los casos en una muestra cortés de deferencia hacia terceros, y cuando se aplica a uno mismo, de intento de atenuación de responsabilidad, o de deferencia indulgente hacia uno mismo. Sin embargo, aun cuando casi nunca son demasiadas las muestras de cortesía, creo que nos excedemos en el uso de la palabra demasiado y nos quedamos muy cortos en el empleo del vocablo muy.

 

                       José Antonio Quiroga Quiroga