Echar la culpa a terceros:
El lenguaje siempre
dispone de herramientas útiles para sortear responsabilidades o sacudirse la
culpa. Una de ellas, de importación, que
ha alcanzado éxito casi absoluto entre los hablantes hispanos, es la traducción,
y uso a conveniencia, de palabra anglosajona “wrong”: equivocado, en su
acepción como adjetivo; listo para ser
endosado a un tercero, y no, ¡ay! como
verbo reflexivo: estar equivocado, que implica asunción y justo, aunque
incómodo, reconocimiento.
Veamos un ejemplo tomado de un artículo de una columnista de El País: “Digamos
que tuve mala suerte. Que nací en el lugar equivocado, me casé con el marido
equivocado y contraje la enfermedad equivocada…”
Efectivamente,
“se equivocó la paloma, se equivocaba. Por ir al norte fue al sur…Se equivocaba”.
Sin embargo, una vez allí, en el sur, desorientada y confundida, el orgullo no le
permitió reconocer su error y dijo que estaba en el lugar equivocado.
Demasiado “demasiado”:
Otro adjetivo empleado
indiscriminadamente, por cuanto atañe también a la responsabilidad personal, y
que ha reemplazado en el uso al adverbio
“muy”, es el vocablo “demasiado”. Que
significa exceso, abuso y delito; y a juzgar por la frecuencia con que se usa dicho vocablo diríase que la demasía fuese lo natural y esperable de
cualquier acción humana. A primera vista resulta paradójico que se acuda a este vocablo maximalista cuando
se peca por defecto. Sin embargo, la elección no es inocente o casual, sino que
con ella se pretende, inconscientemente, en buena parte de casos, una rebaja importante
de responsabilidad o de culpa. Es muy frecuente, por ejemplo, escuchar a
futbolistas decir que no estuvieron demasiado acertados, después de haber tenido
una tarde negada en el pase o cara a la portería. De esta forma el jugador trata
de justificar su pobre actuación al establecer como referencia de evaluación un
nivel que por extraordinario y excepcional no es en absoluto exigible a ningún
jugador. Ni siquiera cuando para evitar la derrota del equipo se necesita de un
milagro. Además de que, como fenómeno
favorable, el extraordinario porcentaje en el acierto nunca es demasiado, salvo cuando
se da ensañamiento con el rival. Mucho
más razonable sería si dijese que no ha estado muy acertado cuando ha estado poco o muy poco, pues aún en caso de evidente indulgencia consigo mismo, tal manifestación no dejaría de ser sincera por enmarcarse dentro de la natural, inocente e inevitable dosis de subjetividad.
Cuando un
tercero, por ejemplo, el entrenador del equipo, es el que se manifiesta en esos
mismos términos: “la verdad es que fulanito hoy no ha estado demasiado acertado
en la labor defensiva”, está igualmente
tratando de aligerar la carga de desacierto del jugador para salvarlo de la ira del público; además de
mostrar consideración con él.
Más dificultad
de explicación ofrece a primera vista, por cuanto más paradójico parece, el empleo de la palabra demasiado en ciertos
casos en los que quien la emplea parece dar muestras de desdén o escasa
simpatía por la persona aludida, cuando en realidad se trata de otra sutil
expresión de cortesía. Imaginemos que alguien entra en una cafetería y le
pregunta al propietario si fulanito o menganita suele venir por el
establecimiento, y recibe como respuesta: “la verdad es que no viene demasiado
por aquí”. Decir que no viene demasiado puede interpretarse como que el aumento de la frecuencia de las
visitas podría llegar a ser molesta, pero
chocaría con el natural interés comercial del titular de la cafetería. Es más
lógico pensar que dicho titular no quiere incurrir en reproche hacia el potencial asiduo cliente diciendo que viene
poco o muy poco por su negocio.
Se observa,
pues, que la razón del uso del vocablo demasiado radica, en la mayoría de los
casos en una muestra cortés de deferencia hacia terceros, y cuando se aplica a
uno mismo, de intento de atenuación de responsabilidad, o de deferencia indulgente
hacia uno mismo. Sin embargo, aun cuando casi nunca son demasiadas las muestras de cortesía, creo que nos excedemos en el uso de la palabra demasiado y nos quedamos muy cortos en el empleo del vocablo muy.
José Antonio Quiroga
Quiroga