jueves, 29 de noviembre de 2018

El discutible humor de sonarse los mocos en una bandera


El encausamiento judicial de Dani Mateo, parodista del programa de humor crítico de La Sexta, El Intermedio, a raíz de la denuncia de la organización Alternativa Sindical de Policía por ultraje a los símbolos de España con publicidad, al haberse sonado los mocos en público con la bandera española, ha levantado cierta controversia social en un momento socio político delicado por el catalanismo separatista y la guerra entre banderas como símbolos de patria e identidad nacional. 
                                       
El acusado de protagonizar el acto, (mero empleado de la cadena que solo sigue los guiones aprobados por sus superiores)  ha tratado de refugiarse, además de en el silencio guardado en sede judicial,  en la inocencia del humor candoroso e infantil del payaso tradicional diciendo: “estamos llevando a un payaso ante un juez por hacer su trabajo”. El humor, mayormente el crítico-satírico, no es intrínseca y necesariamente  inocente.  Ni tampoco, en cuanto burla y/o agravio, inofensivo. Entiendo que cabe hacer mofa de las características personales y de conducta de cualquiera por encima de la respetabilidad institucional  que corresponda,  bien se trate de un rey  o  el mismo papa,  pero me resulta imposible encontrar algo de jocoso, criticable o despreciable en un objeto, que merezca ser utilizado para provocar risa, al menos risa inteligente. Tampoco, o menos, si el objeto tiene la respetable cualidad de símbolo de una bandera.  Sonarse los mocos con una bandera no tiene gracia tanto si se la considera simple tela (llamarla trapo tiene claras connotaciones  despreciativas), o símbolo. En cuanto  símbolo solo cabe concluir que  el gesto, carente de todo sentido humorístico,  es esencialmente de naturaleza político-ideológica, con  capacidad e intencionalidad de  agraviar y ofender,  no al símbolo como objeto, sino a lo que representa y a quienes la reverencian.

No resiste el más mínimo análisis ese otro argumento exculpatorio del incriminado: “si la ficción es materia judicial, Javier Rey (actor de Fariña) debería pasar por el juzgado por narcotráfico”.  El Intermedio no es ficción, es crítica humorístico-ideológica, real. Ficción pura, por ejemplo, es la publicidad; sin embargo, ninguna empresa se atreve a denigrar un producto de otra empresa, porque sabe que será denunciada.

No le faltaron defensores al acusado, principalmente compañeros de profesión,  como el actor Echanove, entrevistado al respecto en La Ser, que aparte de recurrir a la libertad de expresión como dogma que todo lo justifica, expuso, entre otras consideraciones, lo siguiente, “…cuando hay una ciudadanía ejemplar y unos políticos de mierda, empiezan las amenazas y las censuras…”. El código penal actual, que obliga a los jueces, no se debe a los políticos del momento, sino a otros anteriores más respetados. Tan inexacto, por no decir injusto, es  el ensalzar  a la ciudadanía, en general, a la categoría de ejemplar,  como el tachar de mierda a todos los políticos. Sin embargo, sí me atrevo a calificar de humor de mierda a lo que la Sexta llama “Gag fallido”. Hay una importante diferencia entre el hacer reír con algo y el reírse de algo.

Solía ver El Intermedio, aunque últimamente me producía cierto hastío. La puntilla me la dio la emisión comentada; sirvió para percatarme de que me estaba acostumbrando a la vulgaridad tendenciosa.

                               José Antonio Quiroga Quiroga

 

 

 

 

martes, 20 de noviembre de 2018

Rodillo municipal

            Las mayorías encierran la indeseada y tentadora eventualidad de ser usadas para imponerse atendiendo a la mera superioridad numérica sin que importe que no les asista la razón. Cuando se da la circunstancia humillante para la racionalidad en que la lógica de los argumentos y el superior discernimiento son aplastados por el peso bruto de la cantidad de voluntades, los partidarios incondicionales del poder así ejercido se apresuran a calificar el acuerdo de democrático porque fue adoptado por una mayoría de representantes democráticamente elegidos.
            Reducir la doctrina democrática en cuanto toma de decisiones a una simple cuestión aritmética, entraña una concepción de lo más pobre cuando no perversa por interesada. Conviene, pues, diferenciar la legitimidad, esencialmente aritmética, de la democracia electoral, reservada a la voluntad, más o menos subjetiva, de la ciudadanía, de la legitimidad democrática deliberativa, asociada a la gobernanza, en la que la mayoría aritmética de los acuerdos debe responder a la idoneidad de criterio. Cuando el criterio cuantitativo prevalece sobre el cualitativo, se atenta contra el espíritu de la democracia. En la confrontación de minorías con mayor razón frente a mayorías con menor criterio, no debe decidir la mayor cantidad de votos sino la calidad de los mismos.
            En política, a las mayorías, correspondan al Gobierno o a la Oposición, ya sea por complejo de inferioridad intelectual, ya sea porque no aceptan que las minorías les corrijan el rumbo, ya sea por interés personal y/o partidario, no les gustan que les enmienden la plana y menos las derrotas plenarias, de ahí que, a falta de razones, suelan recurrir a posiciones de fuerza. 
Cilindro apisonadora de propuestas plenarias

            Cuando de verdad existe vocación de servicio público y de defensa del bien general, las mayorías, si de antemano no se dispone de ellas, por lealtad con el electorado, deberían generarse espontáneamente por la bondad y beneficio de las propuestas. De ahí que el responsabilizar a un Gobierno en exclusiva de que no se apruebe prácticamente ninguna propuesta plenaria por su inferioridad numérica como grupo Ejecutivo, o por haber renunciado a disponer de escaños suficientes pudiendo, al margen de la causa de la declinación (basada en la ética de la palabra comprometida, pues la desventaja y el riesgo que se asume no son pocos) tal y como argumenta la Oposición actual de Tuy para tratar de escabullir la parte de responsabilidad que le corresponde por su negativa sistemática e indiscriminada, que todo lo lamina, revela que ésta aplaude y participa de la democracia primitiva de la supremacía del número sobre lo razón de lo conveniente, y de la que se sirve por interés personal y partidario en lugar de municipal.
            No cabe achacar a defectos de planteamiento el que las propuestas queden por tercera y cuarta vez sobre la mesa, como es ya habitual, sino al solapamiento continuo, una vez atendidos lo primeros reparos, de invención de pegas, la mayoría estúpidas, como, p.e. que en el concurso internacional de ideas de ordenación del frente fluvial urbano, el frente a considerar debe abarcar toda la ribera municipal, desde Caldelas hasta Tomiño (Capón Rey), cuando él y sus compañeros mandaron redactar dos proyectos de senda, que por su carácter ecológico de respeto a la naturaleza implican intervención mínima; o que (José Prada), no está prevista la manera de acoplar los proyectos de senda con el frente urbano ordenado, como si se tratase de dos piezas mecánicas de precisión.
            Acostumbro a ser crítico con los desvaríos nocivos del poder por su facultad para ejecutar  acuerdos, pero si últimamente  lo soy con la Oposición se debe a que en este momento el poder decisorio, sobre todo laminador de proyectos y de bloqueo, está en sus manos.

                                                 José Antonio Quiroga Quiroga