Adelanto que
no se trata de una variedad nueva de turrón, equivalente en el ámbito repostero
al chocolate negro, sino al estado de ánimo que altera el paladar de las cosas, que troca en amargo el sabor dulce
del tradicional postre navideño español. Ese tipo de sensación semejante a la que
experimentan los niños ante el carbón dejado
por los Reyes Magos.
A Rajoy, como
presidente de Gobierno, se le reprenden muchas cosas, algunas imperdonables. Como
colofón al rosario de reproches que cosechó su acción de gobierno viene a
sumarse, a última hora, al margen de los
proferidos por aquellos que decidieron pasar fuera de casa las vacaciones de
Navidad y no pueden votar por colapso del servicio postal, el de haber
profanado gravemente el espíritu de la Navidad contaminándolo con la política por
haber elegido el 20-D para celebrar las elecciones generales.
Las campanas
que más repican estos días son las que reproducen
las sintonías partidarias en la reñida campaña electoral. El foco de las luces ya
no se dirige al portal de belén sino a
los principales pastores políticos. El comercio, resentido por la interferencia,
de haberlo sabido con tiempo, habría fabricado y puesto a la venta figuritas de algunos de los candidatos para,
junto al “caganer”, adornar el belén.
Nada es igual esta vez en la tradicional fiesta. Tampoco
lo serán las sobremesas de Noche Buena, en
las que las discusiones sobre los resultados de las elecciones, tanto o más enconadas
que las disputas habidas en los debates televisivos protagonizados por los
candidatos, vendrán a enturbiar la
armonía familiar.
Como en esta
llamada a las urnas habrá más perdedores que ganadores, gracias al señor Rajoy el
turrón no va a tener buen sabor para millones
de ciudadanos. Dado el bajonazo anunciado
del partido en el gobierno, a sus militantes y simpatizantes, el turrón les va
parecer, si no amargo, cuando menos,
agridulce. Al señor Rajoy puede sucederle algo peor, que se enfade el Niño
Jesús y no lo coma.
José Antonio
Quiroga Quiroga