miércoles, 12 de agosto de 2020

¿A quién le importa el casco histórico de Tuy?

Creo que la opinión que del casco histórico tienen, en general, los políticos locales y la ciudadanía, no dista mucho, en cuanto para mejor, de la que, hace veintitantos años, con ocasión del inicio de la campaña en contra de la demolición del Teatro Principal, me dio a conocer, con contundencia inesperada, un destacado miembro de la Corporación de entonces: “Sí, ahora solo falta que saquemos los pobres a la calle”. El casco antiguo, en el que residían personas mayoritariamente de economía humilde, era concebido más como barrio viejo, como barrio chino de la ciudad que como histórico.
Tras la sentencia reciente del TSXG (Tribunal Superior de Xustiza de Galicia), , sobre la edificación ilegal “Beira do Miño”, y la consiguiente desinformación obscena de la prensa provincial, secundada por las declaraciones del aliviado alcalde de Tuy (ayuntamiento demandado y personado en la causa a través de letrada/o), me dirigí, a través de Messenguer, a la representante del BNG, por su condición de exconcejala de Patrimonio, para ponerla al corriente de los acontecimientos y ofrecerle toda la documentación generada al respecto. Tres días después, me contestó que una vez rematado el período electoral el responsable local del partido se pondría en contacto conmigo. Transcurrido el tiempo de cortesía de un mes sin que nadie de dicha organización respondiese al ofrecimiento, concluyo que, por la desconsideración y ausencia de compromiso y otras sobradas razones, a ningún concejal de la actual corporación le importa nada el casco histórico de Tuy; que todas las manifestaciones de nuestros representantes públicos relativas al Conjunto Histórico Artístico, declarado en 1967, son mera retórica hipócrita de ocasión cuando no incómodo compromiso. Quizá alguien me tache de exagerado, pero bastaría, a mayores, con solo remitirme a que en el pleno ordinario de 30 de julio, en ningún momento hubo referencia alguna, ni siquiera en el turno plenario de Ruegos y Preguntas, a este trascendental asunto, tanto en la vertiente patrimonial, como también en la económica, ya que se estima en seis millones de euros el coste de las indemnizaciones por demolición y desalojo. Entiendo que la importancia de esta problemática merece, cuando menos, un pleno extraordinario monográfico. Pero se ve que las inquietudes y motivos de atención de nuestras ilustrísimas autoridades, más bien autorizados, pues no lo son en ninguna materia, son únicamente aquellas susceptibles de reportarles el poder o de conservarlo, y las de menor rango, a la altura de su muy limitada visión de progreso, que acostumbradamente exponen en la citada tanda correspondiente al último punto del orden del día, tales como pequeños desperfectos en viales e instalaciones municipales. Todo gira en torno al interés personal y el del partido.
No se aprecian muestras que revelen alarma o preocupación en la Corporación. Tampoco en la calle. Todo es silencio. Señal de que no pasa nada de importancia. Sin embargo, gracias al encuentro fortuito con el presidente de la comunidad de propietarios del edificio Beira do Miño, pude saber que el alcalde, Enrique Cabaleiro, ha hecho caso omiso al requerimiento de la Consellería de Cultura, cursado el 12 de febrero de 2019, de rendir determinada información y documentación, que incluía, entre otros puntos, "la identidad y dirección de notificación de las personas que, como titulares de los inmuebles o derechos reales sobre el inmueble afectado y/o edificio construido, o alguna de sus partes, puedan tener la condición de interesados"; ya que, después de transcurrido año y medio desde la recepción del citado requerimiento de la Xunta, todavía no se ha puesto en contacto con los propietarios afectados, siquiera para sacarlos de la incertidumbre. Quizá entiende el regidor, de todos y todas los/as tudenses, que no tienen derecho a saber por conducto oficial la verdad que directamente les concierne.

José Antonio Quiroga Quiroga


sábado, 1 de agosto de 2020

Tuy, la ciudad felíz.


En Tui se es feliz por decreto. Por imposición de la municipalidad gobernante. Desde que se instaló hilo musical en todo el casco urbano, probablemente el verano próximo se extienda al paseo fluvial,  no es posible levantarse de la cama y afrontar el día con arreglo al estado de ánimo que te genera el latido vital de la propia circunstancia. No hay sitio para otro sentimiento que no sea el de alborozo forzado por su capacidad para desalojar penas, contrariedades,  preocupaciones por obligaciones pendientes, reflexiones varias y todo tipo de emociones, personales e intransferibles, características de la vida íntima y particular. A semejanza de la atmósfera militar, a toque de corneta, es decir, de megafonía, se levanta el ánimo a la población; y  las calles cobran etéreo impulso y falso y aire de fiesta.

La concejala responsable, nerviosa, reconoció, en sesión plenaria, que el hilo musical no tiene por finalidad  estimular la actividad comercial, sino la de animar las calles durante los meses de julio y agosto.  “La música que se pone es para no tener que… estar… pero bueno, ya le digo, para gustos hay colores”, respondió, de manera abstrusa,  la edila a la interpelación del representante de C 21, a quien no supo o no quiso decirle el importe de la instalación. Si de animar las calles se trata, más necesidad de animación habría en los plomizos meses de invierno, cuando apenas hay visitantes; lo cual, por coherencia,  nos conduciría a tener hilo musical todo el año.

A parte de horterada cateta, repetitiva y monótona hasta el hartazgo, el hilo musical es una inaceptable intromisión en el espacio acústico público, solo tolerable con motivo de una festividad o celebración, fruto del torpe afán  intervencionista del Ejecutivo municipal, que perturba el respetable, particularísimo e íntimo sentido del bienestar de la ciudadanía. No hay tal necesidad anímica que justifique (hasta en la sopa) el cansino hilo musical   cuando todo el mundo dispone de oportunidad y de tecnología portátil que permite escuchar su música preferida en cualquier lugar en que se encuentre sin tener que, mediante auriculares, imponérsela a nadie. Nada justifica, pues, que se sustraiga a la ciudadanía la vibración sonora del pulso natural y espontáneo de la vida en comunidad. Ya sea a la orilla del río, donde se puede disfrutar del rumor de la brisa o el canto de los pájaros, ya sea en el casco urbano, donde escuchar el bullicio de la actividad de  sus gentes.  Sin embargo, no se descarta que, más adelante,  en el constante proceso de mejoras se aborde la calidad de la atmósfera de la urbe, y se  instalen en cada esquina rociadores automáticos de perfume, para así dotar de agradable fragancia el aire de sus calles.

Paralelamente a la política más o menos seria y de cierto fuste de este Gobierno municipal, se aprecia, mayormente con ocasión de ciertas festividades, como, por ejemplo, el día de San Valentín, la manifestación de una política menuda, de casita de muñecas e infantil romanticismo, cuyo máximo exponente lo tenemos en el muy alabado y promocionado Columpio del Amor; recurso turístico de primer orden.

 

                           José Antonio Quiroga Quiroga