En Tui se es feliz por decreto. Por imposición de la
municipalidad gobernante. Desde que se instaló hilo musical en todo el casco urbano, probablemente
el verano próximo se extienda al paseo fluvial, no es posible levantarse de la cama y afrontar
el día con arreglo al estado de ánimo que te genera el latido vital de la
propia circunstancia. No hay sitio para otro sentimiento que no sea el de
alborozo forzado por su capacidad para desalojar penas, contrariedades, preocupaciones por obligaciones pendientes, reflexiones
varias y todo tipo de emociones, personales e intransferibles, características
de la vida íntima y particular. A semejanza de la atmósfera militar, a toque de
corneta, es decir, de megafonía, se levanta el ánimo a la población; y las calles cobran etéreo impulso y falso y
aire de fiesta.
La concejala responsable, nerviosa, reconoció, en sesión plenaria,
que el hilo musical no tiene por finalidad estimular la actividad comercial, sino la de animar
las calles durante los meses de julio y agosto. “La
música que se pone es para no tener que… estar… pero bueno, ya le digo, para gustos hay
colores”, respondió, de manera abstrusa, la edila a la interpelación del representante
de C 21, a quien no supo o no quiso decirle el importe de la instalación. Si de animar
las calles se trata, más necesidad de animación habría en los plomizos meses de
invierno, cuando apenas hay visitantes; lo cual, por coherencia, nos conduciría a tener hilo musical todo el
año.
A parte de horterada cateta, repetitiva y monótona hasta el hartazgo, el hilo musical es
una inaceptable intromisión en el espacio acústico público, solo tolerable con
motivo de una festividad o celebración, fruto del torpe afán intervencionista del Ejecutivo municipal, que
perturba el respetable, particularísimo e íntimo sentido del bienestar de la ciudadanía. No
hay tal necesidad anímica que justifique (hasta en la sopa) el cansino hilo musical cuando todo el mundo dispone de
oportunidad y de tecnología portátil que permite escuchar su música preferida
en cualquier lugar en que se encuentre sin tener que, mediante auriculares,
imponérsela a nadie. Nada justifica, pues, que se sustraiga a la ciudadanía la
vibración sonora del pulso natural y espontáneo de la vida en comunidad. Ya sea
a la orilla del río, donde se puede disfrutar del rumor de la brisa o el canto
de los pájaros, ya sea en el casco urbano, donde escuchar el bullicio de la
actividad de sus gentes. Sin embargo, no se descarta que, más adelante, en el constante proceso de mejoras se aborde la calidad de la atmósfera de la urbe, y se instalen en cada esquina rociadores automáticos de perfume, para así dotar de agradable fragancia el aire de sus calles.
Paralelamente a la política más o menos seria y de cierto fuste de este
Gobierno municipal, se aprecia, mayormente con ocasión de ciertas festividades,
como, por ejemplo, el día de San Valentín, la manifestación de una política
menuda, de casita de muñecas e infantil romanticismo, cuyo máximo exponente lo tenemos
en el muy alabado y promocionado Columpio del Amor; recurso turístico de primer
orden.
José Antonio Quiroga Quiroga
El Sr Quiroga debería reflexionar, porque sin duda algún comité de expertos acústicos ha sido quien ha tomado al decisión de instalar dicho hilo musical. Diríjanse a él las críticas, y si no sabemos los nombres de sus integrantes recuérdese que es para preservar su anonimato y que no sufran la presión de una sociedad enferma que no acata con la debida "disciplina social" el dictamen de los expertos. Expertos y expertas, perdón
ResponderEliminarComparto cuanto dice y me he puesto a reflexionar. Efectivamente, que sería de los políticos sin el escudo protector de los expertos. Palabra esta, la de experto, que con solo pronunciarla, al menos para el común de la ciudadanía, resulta imponente, avasallante. ¿Quién se atreve, pues, a objetar el criterio incuestionable que los políticos otorgan a los expertos? No importa si lo son mucho o poco, o prácticamente carecen de experiencia profesional; si reputados o no, lo fundamental es que resultan útiles como dique de contención, incluso cuando el dique es virtual (cuando no existen tales expertos), poniéndolos en primera trinchera de fuego. El mando, en retaguardia, a salvo de cualquier percance.
ResponderEliminar