sábado, 1 de agosto de 2020

Tuy, la ciudad felíz.


En Tui se es feliz por decreto. Por imposición de la municipalidad gobernante. Desde que se instaló hilo musical en todo el casco urbano, probablemente el verano próximo se extienda al paseo fluvial,  no es posible levantarse de la cama y afrontar el día con arreglo al estado de ánimo que te genera el latido vital de la propia circunstancia. No hay sitio para otro sentimiento que no sea el de alborozo forzado por su capacidad para desalojar penas, contrariedades,  preocupaciones por obligaciones pendientes, reflexiones varias y todo tipo de emociones, personales e intransferibles, características de la vida íntima y particular. A semejanza de la atmósfera militar, a toque de corneta, es decir, de megafonía, se levanta el ánimo a la población; y  las calles cobran etéreo impulso y falso y aire de fiesta.

La concejala responsable, nerviosa, reconoció, en sesión plenaria, que el hilo musical no tiene por finalidad  estimular la actividad comercial, sino la de animar las calles durante los meses de julio y agosto.  “La música que se pone es para no tener que… estar… pero bueno, ya le digo, para gustos hay colores”, respondió, de manera abstrusa,  la edila a la interpelación del representante de C 21, a quien no supo o no quiso decirle el importe de la instalación. Si de animar las calles se trata, más necesidad de animación habría en los plomizos meses de invierno, cuando apenas hay visitantes; lo cual, por coherencia,  nos conduciría a tener hilo musical todo el año.

A parte de horterada cateta, repetitiva y monótona hasta el hartazgo, el hilo musical es una inaceptable intromisión en el espacio acústico público, solo tolerable con motivo de una festividad o celebración, fruto del torpe afán  intervencionista del Ejecutivo municipal, que perturba el respetable, particularísimo e íntimo sentido del bienestar de la ciudadanía. No hay tal necesidad anímica que justifique (hasta en la sopa) el cansino hilo musical   cuando todo el mundo dispone de oportunidad y de tecnología portátil que permite escuchar su música preferida en cualquier lugar en que se encuentre sin tener que, mediante auriculares, imponérsela a nadie. Nada justifica, pues, que se sustraiga a la ciudadanía la vibración sonora del pulso natural y espontáneo de la vida en comunidad. Ya sea a la orilla del río, donde se puede disfrutar del rumor de la brisa o el canto de los pájaros, ya sea en el casco urbano, donde escuchar el bullicio de la actividad de  sus gentes.  Sin embargo, no se descarta que, más adelante,  en el constante proceso de mejoras se aborde la calidad de la atmósfera de la urbe, y se  instalen en cada esquina rociadores automáticos de perfume, para así dotar de agradable fragancia el aire de sus calles.

Paralelamente a la política más o menos seria y de cierto fuste de este Gobierno municipal, se aprecia, mayormente con ocasión de ciertas festividades, como, por ejemplo, el día de San Valentín, la manifestación de una política menuda, de casita de muñecas e infantil romanticismo, cuyo máximo exponente lo tenemos en el muy alabado y promocionado Columpio del Amor; recurso turístico de primer orden.

 

                           José Antonio Quiroga Quiroga  

 

 

 

2 comentarios:

  1. El Sr Quiroga debería reflexionar, porque sin duda algún comité de expertos acústicos ha sido quien ha tomado al decisión de instalar dicho hilo musical. Diríjanse a él las críticas, y si no sabemos los nombres de sus integrantes recuérdese que es para preservar su anonimato y que no sufran la presión de una sociedad enferma que no acata con la debida "disciplina social" el dictamen de los expertos. Expertos y expertas, perdón

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  2. Comparto cuanto dice y me he puesto a reflexionar. Efectivamente, que sería de los políticos sin el escudo protector de los expertos. Palabra esta, la de experto, que con solo pronunciarla, al menos para el común de la ciudadanía, resulta imponente, avasallante. ¿Quién se atreve, pues, a objetar el criterio incuestionable que los políticos otorgan a los expertos? No importa si lo son mucho o poco, o prácticamente carecen de experiencia profesional; si reputados o no, lo fundamental es que resultan útiles como dique de contención, incluso cuando el dique es virtual (cuando no existen tales expertos), poniéndolos en primera trinchera de fuego. El mando, en retaguardia, a salvo de cualquier percance.

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