Ahora
que estamos en tiempo de propósitos para el nuevo año, me gusta recordar la
recomendación que, viendo cómo se le iba marchando la gente, un desconsolado guitarrista argentino le brindó a un miembro
del público que se encaminaba hacia la salida del pub en que tocaba,” ¡¡¡Vaya usted por el buen camino, señor, que por el malo hay un atasco de la hostia!!!”

Por
estas fechas no suelo proponerme ninguna meta ni eso tan de moda como desasosegante
de marcarse retos, ni nada diferente que el ir resolviendo, con satisfacción,
los trabajos y problemas que de ordinario se presentan en la vida. Si acaso me sirven para
rearmarme de valor y reafirmarme en mis principios y en buena parte de mis convicciones. Una de ellas es rehuir de las aglomeraciones, de
distanciarme de los pasos comunes, en los que son frecuentes los codazos,
zancadillas y encontronazos para abrirse
camino, y seguir el rumbo que me he marcado ya de muy joven, y que, con mayor o
menor dificultad, más o menos acompañado, si me apuran diría que solo, voy
siguiendo, sin apenas preocuparme de la estela que pueda dejar, pero con la reconfortante percepción de creer saber
que voy en buena dirección, que hago lo correcto.
No,
decididamente no, no me gustan las pandas, las camarillas, las multitudes. No
me atrae la idea de grupo como refugio y
negación de la individualidad, en que la identidad y responsabilidad personal se diluyen en las de la
colectividad. Me gusta la aventura de escoger
el camino a recorrer, a riesgo de que los tropiezos que me puedan
sobrevenir me sean recriminados y considerados
merecidos por listo. Disfruto como observador voluntariamente orillado de la
corriente que constituye el teatro de la vida.
Equivocado
o no, quizá con más pena que gloria, pero ambas propias e intransferibles,
prefiero transitar con firmeza por lo que considero mi camino, si no el buen
camino, creo que tampoco el malo. Con eso y un poco de ilustración diaria tengo
por bastante.
José Antonio Quiroga Quiroga
No hay comentarios:
Publicar un comentario