San Benito sorteó hábilmente el aprieto moral en que
se vio cuando un carretero, que estaba tratando de reparar su carro al costado
del camino, le pidió ayuda divina, contestándole: yo rogaré a Dios, pero tu entretanto
da con el mazo (origen del refrán popular, un tanto descreído, “a Dios rogando
y con el mazo dando”; la versión inglesa, más pragmática e irónica, reza así: “
God helps those who help themselves”, es decir,“Dios ayuda a aquellos que se
ayudan a sí mismos”.
La súplica del carretero responde a la “educación”
religiosa, en su vertiente inocente e inocua que, lejos de primar el esfuerzo, fomenta
la búsqueda de soluciones fáciles y atajos frente a dificultades o necesidades a través
de plegarias al cielo. A este respecto, permítanme que intercale, como ejemplo
ilustrativo de instrucción en absoluto edificante, además de asimilación
reduccionista del concepto de Dios hasta
extremos bochornosamente domésticos, la
anécdota vivida durante mí internado en el colegio Marista de Orense. En una
ocasión que estábamos preparando en la sala de estudio los exámenes finales del
último curso de bachillerato, el prefecto de la orden marianista, encargado de
guardar el orden en la misma, se dirigió
a los que allí estábamos en estos términos: “chiquitos (todos somos chiquitos, no importa la edad, o inmaduros intelectualmente a criterio de las religiones, pues no en vano
no enseñan a razonar sino a creer ciegamente), si tenéis problemas con alguna
asignatura, no dudéis en pedirle a la virgen María para que aprobéis, pues Ella, como mujer, sabe cómo interceder
ante el Señor.
Pero esta doctrina, enormemente seductora, a pesar de su candorosa
irracionalidad, y eficacísimo resorte de poder, contempla las ayudas divinas al margen del principio de igualdad, mérito y
capacidad, y de los perjuicios derivados
que causan a propios y terceros al institucionalizar, por extensión, la cultura
del padrino o escuela del enchufismo. Y si se considera justo y recomendable, que
quienes carecen de la preparación necesaria para aprobar unas oposiciones,
conseguir un determinado empleo, acceder a una contrata, o a cualquier tipo de
prebenda, recaben el favor de la
constelación de santos/as y vírgenes, aunque
todas sean una misma, cada cual titular de una especialidad remediadora,
lógicamente debe considerarse igualmente correcto o justo, que quienes no creen
en la discriminatoria acción benefactora de las altas instancias, pero que lo
simulan en los actos públicos, echen mano de la amplia fauna de caciques, “conseguidores” y logreros de cualquier pelaje y condición.
Con tales patrones de conducta, con tan altas
referencias morales sería de hipócritas
escandalizarse de que España sea una inmensa ciénaga de corrupción, un apestoso
caldo revuelto de nepotismos, sobornos, dádivas, cohechos, prevaricaciones,
estafas y manipulación de la justicia.
Nuestros representantes públicos, que no son
carreteros ni almas cándidas, sobre todo en un estado laico, si fueran honestos
y coherentes y respetasen la constitución, deberían abstenerse de oficiar y presidir rituales
más propios de tribus que de civilizaciones democráticas, en los que gobernantes,
en solemne reconocimiento de su incapacidad, encomiendan el gobierno a sus respectivos
patrones (¡Ay de aquella entidad, pueblo o territorio que no tenga patrón/na
que le proteja!).
Resulta patético a la vez que jocoso imaginar las zancadillas y codazos que
deben propinarse en el cielo las instancias sagradas objeto de ofrendas por los
clubes de futbol para ganar liga o no descender de categoría, en su afán y
pugna por interceder ante Dios y cumplir con sus protegidos.
Cabe argumentar en contrario que, ante la
desesperación humana está justificado, y solo en ese caso, ofrecer algún tipo
de esperanza que sirva de consuelo, sin embargo, sin por ello dejar de comprender y respetar a quienes se agarran incluso a un clavo ardiendo, me remito al
sentir del escritor lisboeta Lobo Antunes, aspirante al nobel de literatura, de cuando
estaba convaleciente de dos cánceres en la planta de oncología de un hospital del estado, maravillado por la dignidad de aristócratas y
el coraje con la que la gente pobre sobrellevaba la enfermedad. “Nunca les oí
una queja, a nadie rogar, o pedir sálvame. No tenían miedo”.
José Antonio Quiroga
Quiroga
NOTA: ¿Cabe alguna esperanza a los partidos laicos de
la oposición de alcanzar el gobierno
municipal de Tuy estando huérfanos de toda ayuda y asesoramiento celestial?
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