Esta vez no me ha gustado nada, mejor
dicho, me ha molestado mucho la “Voz de Iñaki”. No pude dar crédito a mis oídos
al escuchar el cotidiano “speech”, del señor Gabilondo, “Aunque no guste oírlo”. Un discurso semánticamente tramposo, de
sutil intencionalidad partidaria, basado en atribuir gratuitamente a los
indignados por el fallo judicial del
Tribunal de Estrasburgo la pretensión de querer dirigir la política de este
país.
Comienza astutamente, preparando el
terreno que predispone al asentimiento de la audiencia, cimentándolo con un hipnótico
artículo de fe: “Hay verdades que a
las víctimas no les gusta oír”; si bien,
antes de descargar el varapalo, se muestra condescendiente aplicando balsámicas
palabras de apoyo al reclamar toda la generosidad del Estado para con las familias de las víctimas, incluso el
prohijamiento de los hijos de éstas y, como
lenitivo genérico, nos declara a todos
culpables de habernos olvidado de ellas. ¿Cuáles son esas verdades que no gusta oír?: “que el dolor, por muy grande que
sea, no les da especial derecho para dirigir la política de este país, para
dirigir la política antiterrorista, la penitenciaria y la justicia”. “Tampoco
les compete el cómo se administra la justicia, porque su dolor les implica de
manera tan absoluta que la justicia democrática les aparta por falta de
imparcialidad”. Para mejor entendimiento, se apoya, fraudulentamente, el señor
Gabilondo, en escenas cinematográficas
en las que miembros del jurado son excluidos por existir vínculos de parentesco
o afectivos con los reos, como si representantes de las familias de las víctimas aspirasen a integrar un jurado popular legalmente constituido. Por la misma razón les niega el derecho a
reclamar, y presupone, a favor de su argumentación, que nunca serán suficientes
las penas para las víctimas.
El grave alcance de las palabras del
señor Gabilondo se aprecia en toda su magnitud trasladando su peculiar punto de vista a otras situaciones
sociales. Por ejemplo, a las manifestaciones de protesta de docentes y estudiantes en contra de la ley Wert
de educación se les podría acusar de pretender dirigir la política educativa de España. A las
quejas de los explotados en el trabajo que no les compete dirigir la política
laboral. A los desempleados de tratar de alterar la política de empleo. A las víctimas
de desahucios de tratar de cambiar la
política hipotecaria. A los manifestantes en defensa de la sanidad pública de
dirigir la política sanitaria, etc, etc, etc. No se atreve, claro, a decir lo
mismo de los sindicatos. Como con nuestro voto hemos delegado la administración
de la nación en los políticos elegidos, hasta nueva convocatoria a las urnas, a
la población, a los contribuyentes, no
le asiste, pues, más derecho que el de estar callados, ni siquiera el
reconocido de libertad de manifestación. Esta defensa de la democracia
vertical, en contraposición a la democracia participativa que escucha al
pueblo, le descalifica como gurú socio-político señor Gabilondo.
En este asunto del terrorismo podría
llegar a entender, señor Gabilondo, que por
superior razón de estado, todos los gobiernos habidos hasta hoy, salvo el de Adolfo Suárez, hayan negociado con ETA la reducción
de penas, entre otros extremos, con la esperanza de alcanzar la paz y así
evitar más muertes a costa del sacrificio de las víctimas directas y de sus
familias, pero no acepto que les niegue el derecho a manifestar su frustración,
como tampoco la endémica costumbre, propia de predicadores familiarizados con
el manejo del pecado original, de meter en el saco de culpables a todo el mundo,
y el recurrente mantra “porque es verdad” con el que trata de apuntalar de
veracidad su fraudulenta alocución.
Aunque no guste oírlo, señor Gabilondo, es burdo ejercicio de
prostitución de los principios democráticos en favor de para quien trabaja.
NOTA: El video, de la Voz de Iñaki, "Lo que no gusta oír" está disponible en el diario digital de El País, de 28/10/2013.
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