No somos nadie, a título particular, en esta sociedad masificada. La
individualidad carece de perfil y atributos al diluirse en la generalidad del
gentío. Solo alcanza representatividad
social en cuanto colectivo, de consumidores, trabajadores, votantes, pensionistas, etc. Globalmente
considerados solo somos gente, y únicamente aparecemos como sujetos
particulares, normalmente pasivos, ante responsabilidades de orden público o de
índole doméstica.
La estrategia comercial de la atención personalizada, que persigue la
captación de clientes al rescatarlos pretendidamente de la simple condición de
público, revela la pérdida de identidad personal de la ciudadanía, mayormente
en las grandes aglomeraciones urbanas, en las que los moradores de un mismo
edificio apenas se conocen entre sí. Argucias comerciales al margen, de nulo
efecto reivindicativo de la persona como sujeto diferenciado, el lenguaje al
uso a este respecto, el de la cultura de masas, está contribuyendo, en el plano
psicológico, en el proceso de despersonalización del individuo. Me refiero al tratamiento adocenado por
genérico, rayano en la descortesía, de referenciar a una persona diciendo que
es “buena gente”. Tan pobre semblanza, que pasa por alto la singularidad
personal y la remite a la pluralidad indiferenciada, no tiene más valor que el
de mínimo común exigible como miembro de una comunidad en relación al normal
comportamiento cívico.
Creo que la tendencia a globalizar al prójimo, a desproveerlo de sus señas
de identidad, es consecuencia, además de la derivada de la general superficialidad
que el apresuramiento que la vida actual conlleva, del aumento de las relaciones
a distancia, propiciadas por la tecnología de la comunicación. Aunque, al tiempo y paradójicamente,
redes sociales como Facebook, Twiter, etc., sirven también para lo contrario, es decir,
como medios de reivindicación y
manifestación de la identidad personal.
La expresión, buena gente, lleva
implícito, a mayor impropiedad, el contrasentido gramatical de aplicar el
concepto de pluralidad (gente) a un
singular (persona); si bien el alma humana admite la formulación inversa, la de
pluralidad de la persona por su riqueza expresiva y de comportamiento.
No soy partidario, pues, de emplear
el modismo, buena gente, para describir el conjunto de cualidades éticas y
cívicas que definen a una persona, por cutre y falto de compromiso. De ahí la irónica coletilla que compone el título de este escrito: buena gente, y mejor
persona.
José Antonio Quiroga Quiroga
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