Como estudiante del último curso de
inglés en la Escuela Oficial de Idiomas (EOI), observo que una de las tareas de
la prueba de comprensión auditiva (listening), la de mayor puntuación, está
viciada formalmente por incluir aptitudes ajenas al discernimiento auditivo.
Entre ellas, capacidad de leer y memorizar, en tres minutos, varios párrafos
escritos relativos a la conversación a escuchar, pero literalmente diferentes;
conjugar audición y lectura para poder discriminar determinadas palabras que,
escritas en los espacios en blanco previstos en dichos párrafos, dan sentido a
los mismos; ser muy rápido escribiendo para no perder el hilo de la
conversación (saber taquigrafía es buen recurso), y tener gran capacidad de
concentración y mucha serenidad para atender a tantas cosas al mismo tiempo y no
extraviarse.
No es de recibo que el método de verificación
sea, a mayores, una complicada destreza en sí misma que, cual barrera espuria, empaña
el nivel real de comprensión. Es sabido que la comprensión auditiva no se puede
enseñar. Solo cabe trabajar el oído y familiarizarlo con la fonética específica
de cada idioma. Y no por ello le discuto, aunque se abre una vía para el
debate, legítima competencia a la autoridad docente valorar
los niveles adquiridos por el alumnado, pero sí hago hincapié, en que las
pruebas deben ser estructuralmente sencillas: directas y limpias de
interferencias. Los grados de dificultad de comprensión auditiva aplicables a
cada nivel hay que buscarlos, exclusivamente, en la diversidad de acentos, en
la mayor riqueza del vocabulario, en la rapidez de la conversación, los ruidos de
fondo, las conversaciones solapadas, etc., y no en el propio entramado de la
prueba. Es necesario, pues, extirpar todo estorbo.
José Antonio Quiroga Quiroga
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