Se han dado casos en el mundo de
extrema indulgencia con las fechorías y desafueros
de los héroes deportivos. De sobra conocidos son, entre otros, los casos de O. J. Simpson y
Maradona. Esa dispensa condescendiente con sus ídolos en los momentos
controvertidos de sus vidas es la manera con la que seguidores
y población representada les reintegran el supremo favor de elevarles
la autoestima al rescatarlos de la indiferenciación y adocenamiento social.
Manu Garrido es un icono local en
lo deportivo, de conducta intachable en la vida ordinaria al que se le ha escapado la lengua porque lo
suyo es la pala y no las palabras. Como también se le fue al alcalde de Tuy.
Uno, debido a su apasionamiento en la defensa de la práctica deportiva que le
ha reportado tantos triunfos a nivel mundial, y el otro, llevado por un arrebato
de responsabilidad en el gasto municipal, y de más justo reparto atendiendo a
las necesidades de otros sectores más amplios de población. Ninguno de los dos
ha cometido un desafuero, ni hay antecedentes de conducta que lleve a suponer
que ambos tienden a cometerlos. Pero si nos atenemos a la carga de gravedad y
dramatismo de los comentarios vertidos en las redes sociales por contrarios a
la persona del alcalde y rivales políticos (éstos siempre los tendrá enfrente),
diríase que el alcalde ha cometido un crimen, si no un sacrilegio. Tampoco la prensa ha demostrado
ecuanimidad en el juicio, al haber reemplazado la frase afrentosa del campeón en
su post de Facebook por otra de mera discrepancia con el ajuste económico
destinado a las mejoras en la nave del club Kayak. Sin embargo, ésta ha sido
fiel recogiendo el reproche impropio acerca del uso de los caudales privados
del célebre piragüista.
Solo lamento, que las disculpas
del alcalde no hayan sido aceptadas, aunque solo fuesen por elemental y
obligada cortesía formal, gesto que redundaría a favor de la buena imagen
personal, y que el ofrecimiento humilde de avenencia haya sido rechazado y
contestado con una escenificación victimista.
Los ídolos, como los demás
mortales, también tienen los pies de barro.
José
Antonio Quiroga Quiroga
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