A
nadie se le ocurre tachar de continuista el presupuesto de vida llamado Año Nuevo, pese a
que, básicamente, los años transcurren uno tras otro, bajo las mismas constantes. Si bien, ritualmente, en los
estrenos de año se formulan deseos de
vida nueva, la verdad es que la gente se aferra a la rutina porque íntimamente
recela de los cambios; que asocia con sufrimiento por cuanto implican aprendizaje y negación de saberes y costumbres.
Tan asumidas tenemos las penalidades inherentes a todo proceso de adaptación a
lo nuevo que incluso reputados literatos, víctimas del subconsciente, incurren
en el error de emplear el verbo sufrir en lugar del verbo experimentar para
referir cambios producidos en cosas inanimadas. Valga como ejemplo: “las temperaturas
sufrieron un ascenso”. En la recopilación histórica de los innumerables avances
tecnológicos que supusieron revolución en las costumbres, “La mecanización toma
el mando” (Sigfried Giedión), y a propósito de la introducción en los hogares
de las primeras cocinas eléctricas (una especie de sartén con paredes surcadas
interiormente por resistencias), se recoge, como muestra elocuente de renuencia
social frente a las innovaciones, el coincidente comentario de los primeros
usuarios de que la comida “tiene un indefinible
sabor eléctrico”.
El
presupuesto de vida de toda población para un año que comienza, incluye, de
manera significativa, el presupuesto municipal. El correspondiente a 2016 de
Tuy ha sido tildado por la oposición de continuista en ausencia de mayor
argumento. Justificación suficiente, a su parecer, para rechazarlo. Los
vocablos continuista, en el ámbito político, como machista, en el social, son términos que, misteriosamente, se han
convertido en armas arrojadizas eficaces por sí mismas, que no necesitan de
apuntalamiento alguno para neutralizar al oponente.
Nunca
les faltará razón a quienes califiquen de continuista cualquier presupuesto
municipal si se considera que el mayor monto económico corresponde a los gastos
fijos necesarios para mantener activo el engranaje de todo ayuntamiento:
salarios de funcionarios y personal contratado, retribuciones de los
corporativos, equipos,
consumibles, etc., que se puede cifrar, sin temor a equivocación, en más del
75% del total. Aferrarse a la parte invariable de un presupuesto, desconsiderando
los aspectos más variables o nuevos,
para rechazarlo, revela supuesta incapacidad interpretativa e indudable actitud
obstruccionista.
Resulta
chocante que a representantes de partidos conservadores, inmovilistas por
manifiesta incapacidad para ser innovadores, les repugne el continuismo. Más
chocante todavía que no acepten un presupuesto que, según su compartida
apreciación, reproduce los elaborados por ellos mismos cuando eran gobierno. Esta
cómica escena de reprobación de lo que antes defendían, se viene repitiendo en cada pleno que se celebra.
Quien no sorprende a nadie, por su devastador currículo, es Su Descaradísima Desvergüenza
exalcalde Rocha, que en cada intervención sepulta cada vez más a su naufragado delfín,
además de yerno; como cuando afirma que los actuales presupuestos son un “corta
y pega” de los anteriores.
El
continuismo que preocupa de verdad no es otro que la abultada herencia de procesos judiciales abiertos, con sus sanciones correspondientes, y, sobremanera, la permanente espada de Damocles de demolición del edificio
“Beira Miño”, que Su Descaradísima dejó colgada durante
su mandato, pendiente de que alguien exija la ejecución de sentencia. Que
corresponde, obligadamente, a Patrimonio Histórico como órgano protector del
mismo. Si el desarrollo de los acontecimientos sigue el curso legal, la vida no será igual para la comunidad de
vecinos del “Beira Miño” ni para las arcas municipales que irían a la quiebra.
José Antonio Quiroga Quiroga
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