En la remodelación de la Plaza de la Inmaculada de Tuy solo encuentro un aspecto positivo: la ampliación frontal del espacio por integración en un solo plano del tramo colindante, ligeramente más bajo, de la calle Calvo Sotelo. Tramo que, prácticamente, ya formaba parte de la plaza tras ser peatonalizada dicha calle. El resto del proyecto ha sido un desacierto redondo.
Sustituir la nobleza material de las losas de piedra de la plaza por grises adoquines supone rebajar la categoría ambiental preexistente, acorde con la principalidad que confieren la centralidad urbana del espacio, el conjunto escultórico que acoge y la singularidad del carácter arquitectónico del edificio público que solemnemente preside.
No parece coherente pavimentar aceras y tramos de calles menores con losas de granito y emplear el menudillo granítico de oscuros adoquines, más propio en ambientes históricos y rústicos y lugares carentes de particularidad alguna, para pavimentar una plaza representativa de indiscutible carga identitaria.
Un desacierto arquitectónico-constructivo sin paliativos ha sido el modo de incorporar sendas rampas al rellano de la escalera exterior de acceso al edificio de los antiguos juzgados. En lugar de tratar de preservar en cierta medida el carácter e identidad geométrica de dicha plataforma armonizando las proporciones de las mismas, anchura y longitud, con arreglo a la función complementaria que cumplen, acometen contra ella invadiéndola y sepultándola de extremo a extremo, dejando asomar pobremente tan solo el tramo frontal de los escalones perimetrales, cual testimonio residual de su alterado diseño y diferenciación pétrea. Lo correcto hubiera sido que las dos rampas tuviesen menor anchura, aunque suficiente funcionalmente, de modo que permitiesen un remate lateral de los escalones de borde con entidad bastante para no desvirtuar su presencia, que no cortados abruptamente de cuajo. Y menor longitud, sin que con ello, ya que hay margen de sobra, incumplan la pendiente máxima permitida, pues como arrancan dichas rampas de los extremos de la fachada del edificio al que sirven, su trazado se interpone a la trayectoria natural en diagonal de los transeúntes que recorren la plaza en dirección a las calles que flanquean el edificio, dando lugar a tropezones de alcance imprevisible.
En orden de menor importancia está el capricho de singularizar los dos quioscos, de fábrica de ladrillo, junto con los respectivos árboles más próximos, delimitando un área diferenciada con losas de piedra en contraste con el adoquinado general de la plaza. Capricho de diseño irrelevante que, sin embargo, no incluyó, pese a su incomparable categoría, el conjunto escultórico del Padre Salvado.
Cuánta incompetencia, cuántas molestias soportadas y cuánto dinero empleado concurrieron en tan lamentable resultado.
José Antonio Quiroga Quiroga





