En la noche del escrutinio de votos, el vencedor en las urnas, ufano y
embargado de triunfalismo, tomó la parte
favorable del electorado por el todo, y, sin pudor ni respeto alguno hacia
los no simpatizantes derrotados, se obsequió, a mayor gloria personal, su primer elogio público al proclamar la
sabiduría del pueblo por la atinada decisión.
De un pueblo que elige democráticamente a “chiquilicuatres” como
representantes no puede decirse precisamente que sea sabio. El pueblo que sostiene
a una casta de políticos mediocres, pagados de sí mismos, falaces,
irresponsables, despilfarradores y corruptos no puede ser sabio. La llamada
sabiduría popular, esa experiencia de vida de siglos, pertenece al refranero de
cuando las gentes no tenían participación alguna en política.
Lo único que se puede decir de la
voluntad popular expresada en las urnas es que, en principio, es soberana para
elegir a sus representantes. Pero este ejercicio de soberanía suele estar en
entredicho por cuanto que su consustancial atributo de independiente está viciado
de desinformación, apesebramiento y fanatismo partidario. El pueblo será todo
lo sabio que los políticos quieran, pero si algo lo define inequívocamente es
su condición confiada, trabajadora y resignada. Los listos son ellos, los
elegidos.
La sabia resignación lleva
al pueblo en tiempos difíciles a arrimar todavía más el hombro en aras de un futuro mejor aceptando recortes en sus
derechos fundamentales, y a consentir que los causantes de sus desgracias
perseveren como administradores de sus destinos preservando intactas las antidemocráticas estructuras políticas y sus obscenos privilegios.
Políticamente, el pueblo tiene lo que quiere. No lo que merece. Pero lo que el pueblo quiere, raramente responde a lo que le
conviene.
NOTA anexa en clave menor: Nuestro alcalde, el ilustrísimo señor Moisés
Rodríguez, en el acto público de posesión de la alcaldía, también pecó, cómo no, de falta de pudor y de respeto a los
presentes y conjunto de tudenses políticamente divergentes, diciendo que el
pueblo había sido sabio. Que los dioses le conserven el delicado tacto de su
blanda mano tendida.
José Antonio Quiroga Quiroga