lunes, 22 de febrero de 2016

La Reina de las fiestas

La legión política de sabuesos rastreadores de la herejía machista está llevando a la hoguera a la reina de las fiestas. Guiados por la vista, que no por el olfato, el pelotón tudense ha apreciado “tintes” machistas en la simbólica figura que inaugura las fiestas patronales  en honor a San Telmo, condenándola al destierro. Curiosamente, la misma fiebre anti machismo llevó a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colao, a destronar a Carnestoltes, rey del carnaval, para coronar a la reina Belluga. Dos ópticas contrapuestas en la apreciación de manifestaciones machistas. Pero, ¿cuál de las dos acciones contribuye más a la creación de imágenes de poder femenino?


Al fundamentalismo, del tipo que sea,  le basta el más leve indicio, la más ligera sospecha de agravio para dictar sentencia. ¿La supresión de la reina de las fiestas en Tuy es acaso consecuencia del estudio concienzudo de la rica complejidad inherente a todo elemento simbólico, o se debe solamente al precipitado e irreflexivo deseo de proyectar una imagen de cambio? Por cierto, acción ésta innecesaria por cuanto que se enmarca en el apartado de gestos que en nada contribuyen a mejorar las condiciones de vida de la ciudadanía.
Veamos que hay debajo del aparente tinte machista, del supuesto premio de consolación a la mujer relegada en una sociedad gobernada por hombres, explorando el cuerpo orgánico de  figura de la reina de las fiestas. Remitiéndonos a la antigüedad, encontramos en la mitología griega, a modo de antecedente, a las tres Gracias: Talía, Eufrósine y Aglae, diosas de los eventos sociales, fiestas y banquetes. Más tarde, en Roma, Las Floralias, o juegos “ludi” en honor a la diosa Flora. Para no perdernos en largos viajes en el tiempo, vayamos a la fecha aproximada de aparición de la reina de las fiestas que, al parecer, tuvo lugar en 1909 en San Antonio (Tejas), y estaba  relacionada, por una parte, con la percepción americana de la realeza inglesa y de la aristocracia europea, y por otra, con la   afirmación de la identidad de la  élite y los linajes familiares del lugar, al tiempo que servía para delimitar la jerarquía social existente (en Tui ha habido etapas que son ejemplo de esto último). La aparición en Estados Unidos de los concursos de “misses” de la belleza contaminó de sexismo durante cierto tiempo las bases que rigieron la  elección de la reinas de fiesta, y que, con razón, la creciente sensibilidad feminista se encargó de denunciar. Sin embargo, el avance democrático desterró tanto la componente social clasista (hoy cualquier chica es candidata a esta corona) como la sexista. Por lo demás, ¿qué incidencia tendría esta irrelevante conquista frente a la omnipresente y perdurable publicidad  comercial que utiliza atractivas mujeres como reclamo sexual para vender objetos?, dando a entender que, al hombre que compre tal o cual coche, tuneado con un bombón,  le lloverán chicas como la del anuncio, arrastradas por el rebufo de tan maravilloso automóvil. La verdadera y efectiva batalla hay que librarla en el campo laboral y político,  no en el virtual de lo simbólico-representativo. Y todavía menos si lo simbólico concierne a lo festivo.
Entiendo que hoy día la reina de las fiestas encarna a la oficiante laica, cuya misión es la de  presidir la ceremonia que saluda e inaugura el comienzo de la celebración pagana, contrapunto de la religiosa en honor de la santidad local. El protocolo de coronación de la reina de las fiestas, como la lectura del pregón (al que, con más motivo, podría calificarse de anacrónico) son actos que además de aportar solemnidad, vistosidad  y realce (por cierto, muy empobrecidos últimamente), ayudan a dotar de contenido a todo festejo.
Para mayor claridad de la ausencia de machismo en la  figura de la reina de las fiestas, situémonos en una sociedad avanzada en la que la tensión debida al desequilibrio de fuerzas y poderes entre sexos ha desaparecido, y con ello los ardores machistas y feministas: ¿Habría lugar para las figuras de reina o rey de las fiestas  y, en caso afirmativo, se producirían los debates que se generan al respecto hoy día?
 La misma clase de ardores que ha traído esa peste  empalagosa que se instaló mayormente en el lenguaje de los políticos, del que es exponente máximo el exlehendakari Ibarretxe: vecinos y vecinas, ciudadanos y ciudadanas, todos y todas, sabuesos y sabuesas, etc., que lejos de contemplar el cuerpo social como un todo integrado, actúa con efectos segregadores: los chicos con los chicos, las chicas con las chicas.
La pregunta que traslado al ejecutivo municipal es la siguiente: ¿Hay realmente necesidad de meterse en este jardín?


                              José Antonio Quiroga Quiroga

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