La legión
política de sabuesos rastreadores de la herejía machista está llevando a la
hoguera a la reina de las fiestas. Guiados por la vista, que no por el olfato,
el pelotón tudense ha apreciado “tintes” machistas en la simbólica figura que
inaugura las fiestas patronales en honor
a San Telmo, condenándola al destierro. Curiosamente, la misma fiebre anti
machismo llevó a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colao, a destronar a
Carnestoltes, rey del carnaval, para coronar a la reina Belluga. Dos ópticas contrapuestas
en la apreciación de manifestaciones machistas. Pero, ¿cuál de las dos acciones
contribuye más a la creación de imágenes de poder femenino?
Al
fundamentalismo, del tipo que sea, le
basta el más leve indicio, la más ligera sospecha de agravio para dictar
sentencia. ¿La supresión de la reina de las fiestas en Tuy es acaso consecuencia
del estudio concienzudo de la rica complejidad inherente a todo elemento
simbólico, o se debe solamente al precipitado e irreflexivo deseo de proyectar
una imagen de cambio? Por cierto, acción ésta innecesaria por cuanto que se
enmarca en el apartado de gestos que en nada contribuyen a mejorar las condiciones
de vida de la ciudadanía.
Veamos que
hay debajo del aparente tinte machista, del supuesto premio de consolación a la
mujer relegada en una sociedad gobernada por hombres, explorando el cuerpo
orgánico de figura de la reina de las
fiestas. Remitiéndonos a la antigüedad, encontramos en la mitología griega, a
modo de antecedente, a las tres Gracias: Talía, Eufrósine y Aglae, diosas de
los eventos sociales, fiestas y banquetes. Más tarde, en Roma, Las Floralias, o
juegos “ludi” en honor a la diosa Flora. Para no perdernos en largos viajes en
el tiempo, vayamos a la fecha aproximada de aparición de la reina de las
fiestas que, al parecer, tuvo lugar en 1909 en San Antonio (Tejas), y
estaba relacionada, por una parte, con
la percepción americana de la realeza inglesa y de la aristocracia europea, y
por otra, con la afirmación de la
identidad de la élite y los linajes
familiares del lugar, al tiempo que servía para delimitar la jerarquía social
existente (en Tui ha habido etapas que son ejemplo de esto último). La
aparición en Estados Unidos de los concursos de “misses” de la belleza
contaminó de sexismo durante cierto tiempo las bases que rigieron la elección de la reinas de fiesta, y que, con
razón, la creciente sensibilidad feminista se encargó de denunciar. Sin
embargo, el avance democrático desterró tanto la componente social clasista
(hoy cualquier chica es candidata a esta corona) como la sexista. Por lo demás,
¿qué incidencia tendría esta irrelevante conquista frente a la omnipresente y
perdurable publicidad comercial que
utiliza atractivas mujeres como reclamo sexual para vender objetos?, dando a
entender que, al hombre que compre tal o cual coche, tuneado con un bombón, le lloverán chicas como la del anuncio, arrastradas
por el rebufo de tan maravilloso automóvil. La verdadera y efectiva batalla hay
que librarla en el campo laboral y político, no en el virtual de lo simbólico-representativo. Y todavía menos si lo simbólico concierne a lo festivo.
Entiendo que
hoy día la reina de las fiestas encarna a la oficiante laica, cuya misión es la
de presidir la ceremonia que saluda e
inaugura el comienzo de la celebración pagana, contrapunto de la religiosa en
honor de la santidad local. El protocolo de coronación de la reina de las
fiestas, como la lectura del pregón (al que, con más motivo, podría calificarse
de anacrónico) son actos que además de aportar solemnidad, vistosidad y realce (por cierto, muy empobrecidos
últimamente), ayudan a dotar de contenido a todo festejo.
Para mayor
claridad de la ausencia de machismo en la figura de la reina de las fiestas, situémonos
en una sociedad avanzada en la que la tensión debida al desequilibrio de
fuerzas y poderes entre sexos ha desaparecido, y con ello los ardores machistas
y feministas: ¿Habría lugar para las figuras de reina o rey de las fiestas y, en caso afirmativo, se producirían los
debates que se generan al respecto hoy día?
La misma clase de ardores que ha traído esa
peste empalagosa que se instaló mayormente
en el lenguaje de los políticos, del que es exponente máximo el exlehendakari
Ibarretxe: vecinos y vecinas, ciudadanos y ciudadanas, todos y todas, sabuesos
y sabuesas, etc., que lejos de contemplar el cuerpo social como un todo
integrado, actúa con efectos segregadores: los chicos con los chicos, las
chicas con las chicas.
La pregunta
que traslado al ejecutivo municipal es la siguiente: ¿Hay realmente necesidad
de meterse en este jardín?
José Antonio
Quiroga Quiroga
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