lunes, 11 de junio de 2018

El futuro de los hombres


En un mano a mano entre Almudena Grandes e Iñaki Gabilondo, de un minuto por intervención (“Grandes en un minuto”, vídeos del País),  pregunta, en segundo turno, el periodista: “¿para qué serviremos los hombres dentro de unos treinta años?, la escritora, que confesó no poder saber para que servirán, sí dijo que le gustaría que sirviesen para construir una sociedad igualitaria codo con codo con las mujeres: para dejar atrás todas las costumbres sobre las que se ha construido una sociedad injusta, la violencia de género, la discriminación, los  prejuicios sobre el talento y capacidad de las mujeres, y cosas tan nimias como mirar a una mujer al volante y decir, ¡mujer tenías que ser!

Sin duda alcanzar la igualdad de géneros es necesario y perentorio (apremio que no debería estar reñido con cierto sosiego durante el trayecto, pues la aprobación de leyes específicas no garantiza que la población al día siguiente las ponga en práctica), pero que la conocida novelista y columnista no fuese capaz de atisbar o de aventurase, siquiera a título de ficción (que es su género literario),  a vaticinar  alguna utilidad  distinta de las mencionadas, no puede por menos que generar cierto desasosiego en los varones al imaginar que alcanzado dicho objetivo pasarían a ser perfectamente prescindibles. Salvo para realizar los trabajos duros y peligrosos que castigan y deterioran los cuerpos sin tregua ni piedad, y que,  en ocasiones,  acaban criando malvas antes de tiempo.

Reto (podemos hacerlo) y Desquite (corte de mangas), del feminismo.

            La igualdad, parafraseando a Pablo Iglesias (líder de Podemos), no se consigue de un día para otro por decreto, sino por asalto, con la fuerza de empuje  de una mayoría de mujeres  preparadas, seguras de sus capacidades y emprendedoras. Conseguida la libertad sexual, cuya privación las mantuvo atadas a una pata de la cama, o recluidas en el hogar, como consecuencia de la ancestral preocupación de los varones de tratar de asegurar la paternidad de los hijos, los hombres no tienen que temer que se instaure la igualdad, pese a que sería  asimétrica a favor de ellas si realmente fuesen en todo superiores a ellos, como afirman  la práctica mayoría. Solo cabe que se prevengan  del ánimo de revancha de los sectores feministas radicales que parecen querer cobrarse la deuda con intereses de la subordinación de siglos, relativamente confortable. Por lo demás,  la igualdad será  recibida como una bendición, sobre todo en las parejas que, al repartirse  obligaciones y responsabilidades,  vendría en socorro de quienes asumen mayor carga,  y proporcionaría mayor seguridad y tranquilidad a ambas partes ante los contratiempos que puede deparar la vida.


Existen corrientes de opinión, un tanto sui géneris,  que achacan a la confrontación entre sexos por la igualdad, básicamente entre los convencionales mayoritarios, femenino y masculino, el creciente número y variedad  de orientaciones sexuales: lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, intersexuales, queer, pansexuales, asexuales, autosexuales, antrosexuales, demisexuales, etc., bien como respuesta de la naturaleza, bien como recurso social (moda o tendencia) al deseo de eludir la agresividad y  la problemática asociada al conflicto, o de acabar con él, a través del difuminado de los rasgos más característicos que definen a los prototipos clásicos femenino y masculino, que, aunque parezca una paradoja,  conduce a la igualdad vía indiferenciación.

Bienvenida, pues, la igualdad. Preferiblemente una igualdad  exhaustiva, que abarque todos los campos de intervención humana, sin concesión a las  discriminaciones  de género positiva y eximente.

 

                             José Antonio Quiroga Quiroga