El artículo
de E. J. Rodríguez, “Por qué el Jesús del arte nunca se pareció al de la
Biblia”, comienza diciendo que imperios y religiones se servían de la representación
artística de ideas para comunicarse con
los humildes, puesto que la historiografía escrita era un lujo reservado
a una minoría con formación. Quizá la sentencia, “una imagen vale más que mil
palabras” tenga origen en la utilidad de
la figuración para despertar en el pueblo llano evocaciones y sentimientos
ajenos a la razón. José Antonio Marina opina que la imagen es poderosa emocionalmente
y nula conceptualmente: “no hay dogma más peligroso que afirmar que una imagen
vale más que mil palabras”. “Nuestra inteligencia es estructuralmente lingüística,
no “imaginera”. Las grandes creaciones, ciencia, derecho, economía, ética,
política, etc., son lingüísticas; en ningún caso se construyen con imágenes.
Hoy, a través
de Facebook, ventana a la que se asoma
mayormente el pueblo llano, para ser visto más que para ver, es notorio el uso
y abuso del variopinto catálogo de emoticonos
a disposición del usuario, grotescas caricaturas de expresiones faciales
básicas, protagonizadas por animales en su mayoría. Si bien no es cuestionable, en términos de practicidad, el uso en las redes sociales de algunos
símbolos para respuestas que no pretenden
ir más allá que el mostrar conformidad o disconformidad: mano con el
pulgar hacia arriba o hacia abajo, es obvio que, a falta de palabras, los
emoticonos expresan emociones, aunque sin los matices de la comunicación
gestual, como p.e. la ironía, pero no
opinión. Con ellos el diálogo se interrumpe y no dan opción para el debate. No
es posible el enriquecedor intercambio de ideas.
El empleo
abusivo de emoticonos empobrece la lengua, conduce a pensar de manera más fragmentada y simplista,
además de que se pierde capacidad para formular ideas profundas y complejas.
Los
emoticonos remiten a los ideogramas chinos antiguos, emparentados con los
sistemas de escritura maya y egipcio; y a la expresión popular, al menos en
Galicia, referida a aquellos que de los periódicos solo les interesa “ver los
santos” ( fotos o estampas de gente supuestamente relevante, elevada a la
categoría de santos), porque la escritura les produce empacho.
Si cierto es
que somos lo que leemos, más cierto es que somos lo que escribimos.
José Antonio
Quiroga Quiroga