miércoles, 23 de enero de 2019

Judicialización de la vida familiar




Cuando la política  sale de sus cauces e inunda los juzgados, alguien sensato advierte de que, salvo causa extraordinaria, las diferencias deben resolverse políticamente, pues  a nadie conviene que se judicialice.

Según datos del Consejo del Poder Judicial, desde 2006  hasta 2016, se han registrado 1.490.000 denuncias por malos tratos en la relación de pareja; de las cuales el 87 % terminaron en nada. Sin embargo,  lejos de recomendarse de que las desavenencias surgidas en la vida doméstica  se solventen  en el seno de la misma, o externamente con la ayuda de un servicio público de asesoramiento y psicoterapia, se orquestan campañas de invitación a la denuncia por “cualquier tipo” de violencia de género,  como si no fueran suficiente incentivo, exclusivo para mujeres: la justicia gratuita y, sobre todo,  la Renta Activa de Inserción (igual ayuda que se concede a los desempleados), a la que se tiene derecho por el solo hecho de denunciar, sin que intervenga el que la denuncia se admita a trámite o se archive.


Conforme existen asociaciones para la conciliación de la vida familiar y laboral, relativas a la igualdad de derechos y oportunidades, y superabundan las feministas, centradas en la defensa de la igualdad y lucha contra la violencia de género,  del orden de 4.500 en España, de las cuales 2.000 están en Andalucía, que en diez años han manejado la friolera de 24.000 millones de euros (de ahí su capacidad de movilización), sorprende que no haya datos sobre asociaciones orientadas a la prevención de la violencia en la pareja.

Las estadísticas dibujan un panorama desolador en el matrimonio convencional de hoy día,  regido al parecer  por  el desamor, el desafecto y las disputas personales, que a tenor del número de desenlaces con resultado trágico lo prefiguran como vínculo de riesgo considerable; y que la ley contra la violencia de género, de demostrada ineficacia y nocividad,  lejos de reducirlo lo ha incrementado. De entre los damnificados como consecuencia de una mala relación conyugal, y consiguientemente de una ley injusta, que se aplica de manera desigual en función de la fortaleza o debilidad del sexo,  la parte más castigada corresponde al hombre, ya que la cifra de suicidios en las filas masculinas en situación de separación o divorcio es dieciocho veces el número de muertes de mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas varones (1.000 hombres  por  56 mujeres, de media anual). Sin embargo, el feminismo radical combatiente culpabiliza no ya al maltratador confeso, sino  al macho, a la masculinidad en abstracto, hostil por naturaleza,  al que parece haber declarado la guerra. En este contexto de irracionalidad feminista histérica se encuadra el comentario realizado en tertulia televisiva   por la periodista-actriz Marta Nebot: “Celebrar el día del hombre es como celebrar el día del terrorista”.

Diríase, pues, que un poder oculto, no se sabe con qué finalidad, atenta contra el matrimonio heterosexual en favor del homosexual, a salvo de la ley de violencia de género. Quizá el Papa quiso insinuar algo así cuando dijo, “parece que está de moda ser homosexual”. Tal vez, madres que tenéis hijos, se trata de reacción instintiva de protección.

 

                          José Antonio Quiroga Quiroga

sábado, 5 de enero de 2019

Caminos muy transitados

            Ahora que estamos en tiempo de propósitos para el nuevo año, me gusta recordar la recomendación que, viendo cómo se le iba marchando la gente, un desconsolado guitarrista argentino le brindó a un miembro del público que se encaminaba hacia la salida del pub en que tocaba,” ¡¡¡Vaya usted por el buen camino, señor,  que por el malo hay un atasco de la hostia!!!”

                         

            Por estas fechas no suelo proponerme ninguna meta ni eso tan de moda como desasosegante de marcarse retos, ni nada diferente que el ir resolviendo, con satisfacción, los trabajos y problemas que de ordinario se presentan en la vida. Si acaso me sirven para  rearmarme de valor y reafirmarme en mis principios y en  buena parte de mis convicciones. Una de  ellas es rehuir de las aglomeraciones, de distanciarme de los pasos comunes, en los que son frecuentes los codazos, zancadillas y  encontronazos para abrirse camino, y seguir el rumbo que me he marcado ya de muy joven, y que, con mayor o menor dificultad, más o menos acompañado, si me apuran diría que solo, voy siguiendo, sin apenas preocuparme de la estela que pueda dejar, pero  con la reconfortante percepción de creer saber que voy en buena dirección, que hago lo correcto.   
No, decididamente no, no me gustan las pandas, las camarillas, las multitudes. No me atrae  la idea de grupo como refugio y negación de la individualidad, en que la identidad y responsabilidad  personal se diluyen en las de la colectividad. Me gusta la aventura de escoger  el camino a recorrer, a riesgo de que los tropiezos que me puedan sobrevenir  me sean recriminados y considerados merecidos por listo. Disfruto como observador voluntariamente orillado de la corriente que constituye el teatro de la vida.
Equivocado o no, quizá con más pena que gloria, pero ambas propias e intransferibles, prefiero transitar con firmeza por lo que considero mi camino, si no el buen camino, creo que tampoco el malo. Con eso y un poco de ilustración diaria tengo por bastante.
                             José Antonio Quiroga Quiroga