Después de
haber hablado con los gestores municipales
del entierro del bacalao del carnaval tudense, he comprobado que los comentarios
que había recogido de algunos particulares involucrados en el mismo tenían más carga de sal de la que
envolvió el controvertido proceso. Procede, por mi parte, a determinadas precisiones,
sin perjuicio de que añada algunas reflexiones.
No es
exactamente cierto, tal y como digo en el escrito, “Enterrar el entierro del Bacalao”
que el testamento “original” elaborado por el habitual y único equipo en este
menester, encabezado por José Manuel Caballero, haya sido rechazado de forma
expresa como consecuencia de censura. Ni tampoco que la comitiva tradicional se
haya plegado al dictado de la responsable de la delegación de cultura. Digo que
no es exactamente cierto porque, si bien no ha habido rechazo expreso, entiendo que lo
ha habido de manera indirecta o, dicho en términos más de actualidad, de manera
diferida. Deliberadamente se apartó de la escena a quienes, a su manera, dieron
cuerpo y convirtieron en tradición la lectura del testamento del entierro del
bacalao tras veinticinco años de representaciones. Refuerza la hipótesis de
apartamiento la opinión vertida, impropia de un representante público, en respetable
desacuerdo con la puesta en escena y el contenido de los testamentos, que tal
comitiva no es más que una panda de borrachos. Estoy seguro de que a diario y cuando
elaboran el testamento no están borrachos, y que achisparse durante el carnaval
es bastante común en un festejo de estas características. Y, para bien del espectáculo, casi ritual obligado
para muchos humoristas, entre ellos, Tip y Coll, el colocarse
antes de subir al escenario. Tampoco es exacto
lo relativo al plegamiento del grupo, ya que el testamento, como de costumbre,
se había redactado, y el portavoz, megáfono en mano, trató de subir al palco
para leerlo, pero desistió ante la presencia de dos colaboradores del festejo
que flanqueaban la estrecha escalerilla de acceso que, precisamente, no estaban
allí para darle la bienvenida.
Si bien el
Ayuntamiento estableció reglas para la celebración del entierro del bacalao, no
es menos cierto que no se aplicaban; se dejaba que las cosas fluyeran de
natural, lo cual redundaba en beneficio de la salud, la autenticidad del espectáculo y de
la libertad de expresión. Y que, a falta de otras iniciativas, se daba por
hecho la participación libre del grupo habitual. Cuando la política, que todo
lo quiere controlar para que se note su mano, administra la cultura, sobre todo
la popular, el resultado es un sucedáneo lastimosamente edulcorado. ¿Qué crítica política
mordaz cabe esperar de un testamento por encargo y pagado, asignado a personas foráneas que desconocen
las intrigas y pormenores de la política local, y a las que se les invita a
satirizar lo que ocurre en otros ayuntamientos porque “al entierro del bacalao
de Tuy acude mucha gente de afuera”? El
resultado es bien conocido por todos.
Debo decir
que, como muestra de agradecimiento por contribuir a dar contenido a la fiesta,
el Ayuntamiento solía invitar al grupo del entierro a una cena. Que tampoco es
lo deseable en cuanto que tal familiaridad coarta en alguna medida la libertad
de redacción del testamento.
A la vista de
los hechos, y si se mantiene la línea emprendida, cabría realizar una especie
de biblia bufa compuesta por los libros, el Antiguo testamento, inclemente y
corrosivo, cuyo ciclo parece haber concluido, y el Nuevo, incierto y en curso,
totalmente “light” por considerado con sus inspiradores.
Considero,
pues, que en las manifestaciones festivas populares el Ayuntamiento no debe
tener más intervención que la de regular el orden público y en dotarlas de
medios que posibiliten y potencien su realización. Al margen de que sería enriquecedor dar participación, a modo de competición, a todos los grupos que deseen aportar su particular sentido del humor.
José Antonio Quiroga
Quiroga
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