Ya hubo un
tempranero asomo intervencionista del gobierno municipal de Tui, abortado a
tiempo por C 21, con ocasión de la aprobación de la Ordenanza de Ornato Público
y Limpieza Viaria. Se pretendía exigir
autorización previa para abonar un
campo, como si tal labor conllevase un riesgo para el medio o la población
semejante al de la quema de rastrojos. No me imagino a cada propietario de
parcela agrícola desplazándose hasta el Ayuntamiento para presentar la
solicitud en el Registro, y luego
aguardar por la respuesta postal para poder proceder al abonado. Ni tampoco a
Protección Civil en la misión imposible
de vigilancia de las innumerables y distantes “leiras” cultivables. Se trata
del error típico del novato/a que estrena autoridad, pasado de revoluciones en
el fervor regulativo, que ve a la ciudadanía desde la distante y
distorsionada óptica del gendarme público, bajo la cual todos somos potenciales
infractores. Solo a quien desconoce la vida rural, y es decir mucho en
un ayuntamiento constituido mayoritariamente por parroquias, se le puede
ocurrir semejante medida.
No me
ocuparía en traer esta anécdota si no se hubiese producido otro brote de
autoritarismo. Grave, esta vez, porque afecta a la libertad de expresión: la
desaprobación y rechazo del testamento del “Entierro del bacalao”. Porque, al
parecer, como corresponde por tradición a su esencia, era festivamente crítico
con los cargos municipales. El testamento original fue, pues, reemplazado por
otro elaborado sobre la marcha sobre municipio distinto y distante, que causó
desencanto en una audiencia que
rápidamente desapareció de la escena. No era esperable de un gobierno con
cartel mayoritariamente progresista (y, por supuesto, democrático) que echase
mano de la censura para ahogar la inocua alegría popular del carnaval festejando al Momo (dios
griego de la burla y el sarcasmo), y vaciar de contenido la celebración.
Tampoco era esperable el sometimiento de
la comitiva a las directrices municipales.
Cabe
preguntar qué autoridad y legitimidad
facultaron a las autoridades municipales para entrometerse en un acto de
iniciativa enteramente particular. Quizá, porque consideran que en Tuy no hay
más bacalao que el que corta el Ayuntamiento. O, quién sabe si, a mayores, por haber cedido el palco de la música como
púlpito de privilegio les correspondía ejercer tan perverso derecho. Vistos los
acontecimientos y la línea democrática emprendida, habrá que importar, en
versión modesta, el “Speakers´ Corner” del Hyde Park londinense, para que
cualquiera, aunque sea subido a un cajón, pueda expresar públicamente lo que
estime oportuno.
José Antonio
Quiroga Quiroga
Y lo multarán como a yoliví
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