sábado, 9 de enero de 2016

Magos, que no reyes



Las razones del extraordinario eco social que ha tenido la controvertida  cabalgata  de reyes madrileña hay que buscarlas más en las reacciones de los creyentes ante el apartamiento, leve, de la tradición cristiana y  en el mayoritario sentimiento de vasallaje de la población conservadora ante la monarquía clásica que en la supuesta deconstrucción del imaginario infantil.

Ateniéndonos a la leyenda, a partir de la cual nació la tradición, los adoradores del mesías no eran reyes sino magos,  que en aquella época equivalía a sabios (del latín, magi-mágui-magister), que eran, concretamente, astrólogos. No en vano  en el mundo anglosajón se denominan "the three wise men" (los tres hombres sabios).Tampoco se dice que eran tres. Ni que procedían, creencia agregada siglos después, de los tres continentes conocidos, Europa, Asia y África. El papa Benedicto XVI (Joseph Ratzinguer) dice que probablemente venían del extremo Occidente, de Tartessos, zona que los historiadores sitúan entre Huelva, Cádiz y Sevilla. La transformación de los magos visitantes en reyes, interesaba a la Iglesia como muestra de aceptación de la religión católica como única verdadera en cuanto que majestades representantes de los tres continentes acudieron para postrarse ante el rey de reyes.

La indumentaria de los reyes de la cabalgata madrileña, en absoluto desconectada de la tradicional puesto que incluía la corona real, pero sí más festiva, se aproxima más a la propia de un mago, capaz de hacer el prodigio de repartir regalos en una noche a todos los niños del mundo, que a la menos sugerente de un rey, por mucho que, a mayores, se los refiera como magos. Variante que conecta mejor con el actualizado imaginario infantil, acostumbrado a las sorprendentes transformaciones de los seres fabulosos de los cuentos y juegos informáticos.

Respecto del vasallaje de la gente con poca autoestima, que gusta de verse representada en el lujo y esplendor de los monarcas al viejo estilo, viene a mi memoria el rendido por  la hambrienta población de la desaparecida Abisinia, hoy Etiopía, hacia su emperador Haile Selassie, que en sus apariciones públicas posaba en un trono de oro y diamantes, y adornado con manto de armiño. De haberse mostrado más  humilde, acorde con la miseria reinante, lo habrían matado porque nunca aceptarían que su representante ante el mundo los denigrase  reflejando la miseria en la que vivían.


Toda esta polvareda sobre “la cabalgata de Carmena” la levantaron los adultos en nombre de los niños, aunque sin que éstos fueran consultados. La mirada infantil, libre de prejuicios, no encuentra reparos en las novedades, ni siquiera en las surgidas por natural evolución de las tradiciones.  Su mundo mágico, lejos de derrumbarse, permanece renovado. Incluso ampliado cuando, con la aparición de Papá Noel y Santa Claus, se creyó que se resentiría.

A propósito de la distinta mirada de un adulto y un niño en este asunto, viene a cuento lo ocurrido a quienes encabezaban la reivindicación de un parque central urbano en Tuy, en el lugar que se proyectó edificar un centro de salud. Los manifestantes, participantes espontáneos  en la cabalgata de reyes, que lucían sendas cartas a sus majestades pidiéndoles un parque, una de ellas portada por niños,  fueron acosados policialmente por orden municipal, y acusados de reventarla por el gendarme público para la ocasión que conduce el programa radiofónico de la Ser para el Baixo Miño.



 Ningún niño pudo identificar como subversivo o ajeno a la cabalgata el que otros niños y adultos desfilaran al final de la misma portando razonables cartas a los reyes magos, Solo un sector de adultos,  simpatizante del poder político en el gobierno municipal, consideró tal participación como algo feo e inadecuado.


                          José Antonio Quiroga Quiroga

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