martes, 22 de octubre de 2013

El silencio de los pastores


La crisis económica es un lobo implacable que se está ensañando con la abatida masa de parados que caen como moscas. Pero las instituciones que nos pastorean: políticas, religiosas y de la información, guardan  silencio de muerte.

En el partido judicial de Tuy, que comprende los ayuntamientos de Tomiño, El Rosal, La Guardia y Oia, las estadísticas de suicidios, registradas en el juzgado nº 3 de dicha ciudad, desde que se consolidó la crisis en España, arrojan la escalofriante cifra media de dos a la semana; y superior registro en cuanto a separaciones matrimoniales. El mayor índice por edad se centra en la horquilla comprendida entre cuarenta y cinco  y cincuenta y siete años. Hace poco, un señor de Badajoz se precipitó a tierra desde la vía del tren del viejo puente internacional que une Tuy con Valença do Minho. Pero la prensa provincial ha callado la trágica noticia siguiendo las instrucciones dadas por el Gobierno de la nación sobre esta casuística. Al personal que trabaja en los juzgados  le está prohibido también ofrecer información sobre este dramático particular.

No quiero imaginar el fúnebre resultado de  extrapolar a toda Galicia la aterradora media de suicidios  en el Baixo Miño, y mucho menos el correspondiente al territorio nacional. No me anima a ello siquiera las triunfalistas declaraciones del señor Feijoo, presidente de la Xunta, que afirman que la economía de la comunidad autónoma gallega es la más solvente de España. 

Desde siempre, las instituciones, tan condescendientes en ocasiones desde su elevado estatus, mayormente las religiosas, no importa el credo, jamás le han reconocido al pueblo mayoría de edad para ser partícipe de la verdad. La trascendencia de su balsámica misión de procurar bienestar a las gentes les legitima para, bajo su superior criterio, ocultar o disfrazar todo aquello que a la frágil e infantil alma popular podría causarle traumas de insospechado perjuicio social. Sin embargo, nuestra falta de madurez intelectual y emocional, necesitada de tutela vitalicia cuales niños, no nos redime ni exime de la prosaica responsabilidad de trabajar todos los días y  de apechugar con las sanciones y penas administrativas que permanentemente nos amenazan.

Me alarmé al oírle decir al ministro de Hacienda, señor Montoro, que en esta travesía de la crisis ya se ve luz al final del túnel, pues pensé que se trataba de esa luz que dicen que se ve cuando se está en el trance de morir.

 

 

                                            José Antonio Quiroga Quiroga

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