jueves, 17 de octubre de 2013

El respeto como trinchera


 

¡Me estás faltando al respeto! replicó, incómodo y a modo de advertencia, un destacado miembro de la Cofradía San Telmo de Tuy  al ser preguntado si, tras la reunión de urgencia que dicha cofradía había celebrado ante la proximidad de la mancha de fuel  del Prestige  a la costa de La Guardia y el riesgo de extenderse por el río Miño, se esperaba acaso que el santo obrase el milagro de desviar  el chapapote de su trayectoria prevista y arribase entonces a la costa portuguesa. 

Es recurso muy socorrido zanjar debates que atañen a juicios o creencias personales apelando al respeto a las ideas propias ante la incapacidad argumental que justifique su sostenimiento.  Atendiendo a la definición académica de respeto: “Veneración, acatamiento que se hace a uno. Miramiento, consideración, deferencia” y a las acepciones que de ella se derivan, fundamentalmente: reconocimiento de la autonomía y derechos del individuo, queda claro que el respeto,  donde no opera la obediencia a la superioridad jerárquica,  se debe exclusivamente a las personas y a sus conductas, siempre que éstas no amenacen o lesionen derechos de terceros, pero en absoluto a sus ideas y doctrinas, cualesquiera que sean, en cuanto que son susceptibles de ser puestas en tela de juicio, razonadas y discutidas.

Hace poco, representantes de los trabajadores del Ayuntamiento de Tuy, reclamaron  de los grupos de la oposición municipal, a través de nota pública, respeto para el colectivo de funcionarios y contratados por haber debatido en pleno sus condiciones laborales, y considerar que  gozaban de ciertos  privilegios. Si no ha habido descalificaciones, y de la nota no se desprende que haya habido agravios, no cabe hablar de respeto en cuanto que  lo público soporta la servidumbre de estar sometido a crítica. Sin embargo, son perfectamente legítimos y saludables la  discrepancia de criterios y el contraste de pareceres entre las partes, trabajadores y partidos políticos, incluso   la formulación de quejas. Con la opaca invocación al respeto ¿pretenden, acaso, los servidores públicos blindarse al análisis y fiscalización de su actividad por parte de los representantes legales de los contribuyentes?

 “El respetable”, denominación coloquial con que se refiere el público que acude a un espectáculo, debe su origen no precisamente porque se haya ganado tal sobrenombre por sus juiciosas y fundamentadas opiniones, sino  simplemente porque  paga. Y al que paga por un servicio le asiste el derecho de criticar y  exigir.

La palabra respeto, concepto convencional a la vez que subjetivo, encierra todavía resonancias graves, casi sagradas, de cuando en origen representaba un umbral imponente cuyo traspaso podía significar la muerte del transgresor. Y, aunque  hoy día ha perdido solemnidad reverencial, la formalidad remanente resulta código útil a personas de exacerbada cuando no impostada dignidad para, cuando la razón no les asiste, cargarse de ella valiéndose de la ofensa  infligida  por la pretendida falta de respeto.
 
 
                                               José Antonio Quiroga Quiroga

 

 

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