En
tiempos de exaltación patriótica de las dictaduras salazarista y
franquista en que las circunstancias sociales, económicas y políticas
en Portugal y España eran más desiguales, pero en cualquier caso
poco gratificantes, y precarias las vías de comunicación entre ambos países, la
rivalidad nacional latía a flor de piel en las dos orillas del río Miño. Los
habitantes de ambos lados de la frontera Tuy-Valença percibíamos, con engañosa
satisfacción, quizá por prurito chauvinista o por la necesidad de
sacudirse el complejo de ser los pobres y atrasados de
Europa a costa de los vecinos, que por fortuna el río Miño nos separaba los unos de los otros. Si
bien en buena medida el río siempre constituyó una barrera a los movimientos por tierra,
la cualidad de la superficie acuática como transmisor
acústico servía para mantener vivo el pique, que no
contienda, existente entre ambas poblaciones para cruce de
provocaciones e improperios, la mayor parte de las veces como mera diversión.
Panorámica de Tuy y Valença desde el mirador de Santo Domingo
Con
la llegada de la democracia y la desaparición de las fronteras en la Unión
Europea, el mayor desarrollo económico y social, y las políticas de
acercamiento, valençianos y tudenses, nos hemos ido avecinando
y confraternizando progresivamente hasta la cristalización de esa
figura comunitaria y prometedora llamada Eurociudad. Sin embargo, tanto tiempo de
alejamiento ha impregnado las conciencias de tal modo que todavía hoy el río
sigue percibiéndose como elemento de separación.
Panorámica aérea de Valença y Tuy
La
diplomacia integradora del discurso político actual concerniente a la relación
histórica entre ambos pueblos, proclama gozosa el río Miño como
espléndido cauce fluvial de unión, pero, topológicamente, en términos
matemáticos de continuidad o interrupción de territorios, el río Miño,
compartido por mitades por los dos países, no separa (tendría que ser espacio
neutral o perteneciente a país diferente) ni une (no cumple la función de
articulación, ajena a las partes que vincula), sino que es espacio de concurrencia de límites y vía náutica de comunicación. Pero por
encima de la árida profundidad de la precisión matemática, del frío
bisturí que virtualmente delimita, se impone con contundencia
sobrecogedora la lírica paisajística que nos cautiva por igual por
esa hermosura de encuentro, por esa plástica
confluencia acuática seductora, por ese embriagador y dulce abrazo líquido de
concordia y sutil vocación fraternal, espejo en el que nos miramos portugueses y españoles.
José Antonio Quiroga Quiroga
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