Las diligentes donaciones multimillonarias de algunas familias parisinas adineradas
para restaurar la catedral de Notre Dame tras el incendio de la cubierta ha generado
debates en que se contraponen los valores patrimoniales frente a los humanistas, la riqueza de unos cuantos,
solidaria con las obras de arte, frente a la insolidaridad
de estos con la pobreza de los excluidos.
Entre los artículos representativos de dichos debates, he escogido los
siguientes: “Lo que Notre Dame dice de
Europa”, de la catedrática de ética Adela Cortina, que lleva el antagonismo al
terreno de los símbolos: el mare nostrum, símbolo europeo, convertido en cementerio de
inmigrantes, sin que Europa ofrezca una respuesta común (no del todo cierto). En realidad no equipara desgracias que afectan a los propios símbolos, sino a las que suceden en su seno. El daño que se causa al Mediterráneo que necesita ser reparado es la contaminación. Nada tienen que ver en la comparativa las desgracias personales que puedan ocurrir
en el mismo para denunciar la distinta solidaridad con el siniestro accidental
de un bien cultural, con la ayuda insuficiente a los desesperados que se
arriesgan a cruzar el mar. “Una parábola contemporánea”, del
periodista y columnista Enric González, que ve obscenidad en esta historia, cuestiona el orden preferencial “el patrimonio de la humanidad, antes que la
humanidad misma”. Se trata de un juego de palabras ingenioso y resultón, pero engañoso,
ya que no son excluyentes, ni lo han
sido nunca. El sentido humanista del prójimo y su estadio superior el
humanitarismo, tal y como lo conocemos hoy, nacen con el desarrollo económico de la
civilización. Sin la cultura, material e inmaterial, no habría ni tantos
recursos ni siquiera lo más esencial, conciencia
y sensibilidad de ayuda a los más desfavorecidos. Silvia Ayuso, en su artículo “Notre
Dame frente a “Los miserables”, se limita a recoger enfoques de distintos
pensadores, como el reconocimiento seguido de reparo del ensayista Ollivier
Pourrol: “Victor Hugo agradece a todos los donantes generosos dispuestos a
salvar Notre Dame de Paris y les propone hacer lo mismo con los miserables”. Como
predicador solo le faltó ponerse como ejemplo, a escala, de coherencia en el cumplimiento del mensaje, para formular desde
su autoridad moral tan comprometedora invitación. Franck Courchamp, experto en
biodiversidad de la Universidad Paris-Sud, se pregunta por qué brotan más emociones y
donaciones ante un templo incendiado que ante la “catedral de lo vivo”, el planeta, que
también está amenazado. En el ámbito de las emociones existen tres diferencias
conceptuales, estrechamente vinculadas, que deslegitiman este punto de vista
comparativo: La contundencia visual, espectacular de un incendio de estas
características, la rapidez con que destruyó la cubierta, y la percepción
inmediata, real y medible del daño. No sucede así, en ningún aspecto, con el
deterioro medioambiental del planeta, que tiene lugar de manera lenta y poco
perceptible. Tan es así que no faltan quienes lo niegan.
El politólogo francés Frédéric
Dabi, sale al paso afirmando que se ha hecho una falsa polémica de esto. La
alcaldesa de París, Anne Hidalgo no ve necesariamente
contradicción en las donaciones y la
desigualdad sociales, porque en la defensa del patrimonio hay también valores humanistas.
La percepción de desatención de las necesidades humanas en favor de las
materiales, aunque, como la que nos ocupa, redunde en socorro de los más pobres, basta
con citar los beneficios turísticos, ha sido aprovechada con oportunismo por
los “chalecos amarillos” de París, exhibiendo carteles con el lema maximalista:
“Todo para Notre Dame, nada para Los
miserables”. El buenismo de salón de las redes sociales, que no
dejó escapar la ocasión para
mostrarse virtualmente solidario, difundió el mensaje que la pobreza en el
mundo es un problema político.
Ciertamente la política ya hace mucho que se ha preocupado de este problema
complejo, en función de los tipos de pobreza y cómo crece, con diversos
programas, entre los que destaca la Ayuda o Asistencia Oficial para el
Desarrollo de la ONU, consistente en
destinar el 0,7 % del PIB (Producto Interior Bruto) a los países menos desarrollados o en
vías de desarrollo. No todos los países cumplen con el porcentaje del 0,7 %. España se ha mantenido en el período 2012 -
2015 en un 0,15 %, que actualmente es del 0,33 %. EEUU, aportó en 2010 el 0,31
%, sin embargo está en cabeza cuantitativamente, aportando en dicho año
218.000,00 millones de dólares. En los últimos 30 años la pobreza extrema, la de aquellos que ingresan menos de 1,90 euros al día, ha disminuido en 1.100 millones, reduciéndose a la mitad.
Las críticas vertidas sobre las donaciones y donantes particulares para
Notre Dame, resultan del todo improcedentes, además de que resultan absolutamente irrelevantes si se comparan con
las cantidades destinadas a combatir la pobreza en el mundo provenientes de
todos los países de la ONU.
Quiero poner a prueba la solidaridad de unos y otros, de los articulistas
y redes sociales con las dos preguntas siguientes: ¿Estarían dispuestos a
defender la erradicación de la pobreza en el mundo, sabiendo que
no podrían disfrutar del Estado del Bienestar en que se encuentran, asumiendo
fuertes recortes en salarios, pensiones, sanidad, y muchos otros servicios? ¿Votarían a
un partido que defendiese y llevase a cabo esta demanda social, o acaso el
destinatario de esta especie de rezo-oración es
el mismo Dios porque en la tierra es prácticamente imposible?
Hauteville House, mansión de Victor Hugo en Guernsey
He aquí la paradoja que nos muestra la realidad, que es la misma que se
dio con Victor Hugo: “Los miserables” fue escrita en el interior de esa obra de arte, la lujosa Hauteville House, durante los quince años exilio en Guernsey;
hoy convertida en biblioteca-museo, gracias a la donación de 3,5 millones de
euros para su restauración de la familia Pinault, que también
ha donado cien millones para la recuperación de la catedral de París.
José Antonio
Quiroga Quiroga
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