Como un retumbar lejano de
truenos que cruza el cielo de cuando en cuando, llegan a la tierra las
manifestaciones de descontento de los santos sin cometido concreto conocido.
Quizá están pateando la bóveda celeste para hacerse oír, tal y como
hacíamos de niños en el cine golpeando el suelo con los pies cuando se
iba la luz o se cortaba la cinta. El
desacuerdo insumiso de la legión de santos contemporáneos, de aquellos
canonizados más recientemente (el papa Wojtyla aumentó la plantilla en mil
doscientos de una tacada) que no están en los retablos de las iglesias, a los
que nadie les dedica un simple rezo, que no son patronos de ningún pueblo,
cofradía ni de oficio alguno, que no encuentran plazas vacantes porque, lejos
de aumentar el número de poblaciones, aldeas
y villorrios van a menos, porque apenas surgen nuevas profesiones y, sobre todo,
porque los santos patronos con plaza vitalicia, además de que no se jubilan en
cuanto inmortales, son prácticamente irremplazables
e inamovibles pese a que cada vez son más los países que en el mundo se
declaran constitucionalmente laicos, nos llega, como todos los mensajes
celestiales (el Ministerio de Comunicación es un misterio), de forma poco clara a través de enigmáticos signos que solo sus
ministros parece saber interpretar.
Los numerosos santos, de los que
nadie se acuerda, aunque solo fuese ocasionalmente, como le sucede a Santa Bárbara, para
implorar una cura milagrosa, mediación para aprobar las oposiciones, o favor
para conseguir un puesto de trabajo, ahogados por la frustrante inactividad que
les atenaza e impide derramar bendiciones sobre devoto alguno, se remueven inconformes e inquietos
en sus altares celestiales como ángeles revoltosos.
Existe, sin embargo, un
ministerio el alza, el del Paro Laboral entre los mortales, que, de entre los santos
desocupados, alguno sin advocación específica, bien podría apadrinar voluntariamente,
ya que en la tierra todavía se está a la espera de que algún gobierno tenga la
valentía de crear, y al que poder recurrir en caso de desesperación. Pero, de
momento, ninguno se ha presentado, probablemente al ver que, ante la oscura perspectiva de futuro, tampoco en el cielo, como en la tierra, el Todopoderoso parece querer responsabilizarse del problema.
José Antonio
Quiroga Quiroga
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