En el ruedo
ibérico de esta España nuestra el mandato constitucional en materia de credos
es mero formalismo frente a la fuerza emocional y arraigo de ciertas
tradiciones. Mayormente si éstas son de carácter religioso. A este respecto la
Carta Magna es papel mojado frente a las Tablas de la Ley. El grado de incumplimiento
por parte de las instituciones públicas del art. 16.3 de la Constitución:
“Ninguna confesión tendrá carácter estatal”, es semejante a lo que sucede con el art. 47: “Todos los españoles tienen
derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada”.
El hecho de
que la sociedad española sea mayoritariamente católica no legitima que políticos
y militares participen en las ceremonias
litúrgicas porque en asuntos de fe no representan ni pueden representar a la
ciudadanía. Son contados los alcaldes y corporativos, creyentes o no, que se abstienen de participar en las
procesiones de la Semana Santa y menos todavía en la procesión del santo patrón
de la localidad que gobiernan. La mayoría de ellos, pendientes siempre de los
votos, no renuncian al bautismo anual de multitudes, procesionando gozosos cuales
pasos vivientes representantes del poder terrenal. No hace mucho, las procesiones
en Tuy eran un espectacular carrusel en el que confluían la totalidad de los poderes fácticos del
municipio, políticos, militares y jueces en armonía con los poderes celestiales,
representados en efigie. De todas las autoridades públicas que participaban en
la comitiva, solo los togados, obligados a observar la ley y la neutralidad en
materia religiosa, han dejado de acudir a las procesiones.
Procesión de Semana Santa, 2016, en Tuy |
Lo
esperable de todo cargo público que profesa una determinada doctrina en cuanto a participación en las celebraciones
religiosas, es que, por coherencia con
la constitución y con arreglo a la virtud de la humildad, lo haga a título privado.
Sin embargo hay que reconocer que la asociación de jerarquías es perfecta: la
Iglesia, como doctrina, recibe el
respaldo de las instituciones estatales, y los políticos, honestos o corruptos,
la bendición del cielo.
José Antonio
Quiroga Quiroga
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