viernes, 11 de diciembre de 2015

El capi es cojonudo


 

Esta Navidad tiene un "caloret" especial, y el espíritu parvulario de siempre. Para mantener vivo el candor hasta la llegada de los reyes magos, el azar quiso  que en estas  fechas se festejen los Santos Inocentes. Y en esta atmósfera de crédula ensoñación, el zar Rajoy decidió que se celebren las elecciones generales.

Diciembre es tiempo de fraternidad, de romper el hielo, de abandonar el plasma y echarse a la calle a tomar unas cañas con el mundo. De pensar en el prójimo y visitar mercados, donde se cuece la cesta de la compra; de acercarse  al hogar del pensionista y hospitales, habitados por la desesperanza y el dolor, y repartir promesas reconfortantes acompañadas  de palmaditas y apretones de manos. Y de tomar un niño en brazos como un San José contemporáneo que comparte tareas domésticas, aunque luego no sepa preparar  unos mejillones al vapor.

También lo es de rebajas. Del Black Fraude, y de las defensas del electorado, reblandecidas ante la anunciada bajada de impuestos a los jubilados que renuncien a disfrutar del jubiloso retiro  En definitiva, y en esencia, diciembre es  mes de reconciliación. Aunque efímera como una estrella fugaz.

Cuando hice el primer campamento de la milicia universitaria, viví un curioso episodio de reconciliación volátil, semejante a la de un estado transitorio de enajenación, digna de estudio sociológico. A lo largo de todo el  tiempo de instrucción militar, en pleno verano, era habitual, entre otros padecimientos, que el sargento interrumpiera bruscamente el momento de siesta y nos zarandeara a capricho con la voz de  “¡¡¡a formaaaar!!! ¡¡¡Con cartucheras!!! Y, al medio minuto, contradictoriamente adrede,  cuando habíamos formado  filas, volvía a gritar, “¡¡¡sin cartucheraaas!!! luego, una vez más, ¡¡¡con cartucheraaas!!!, y así hasta irritar al personal, que juraba acordándose, para mal, de los muertos del sargento y del capitán. Pero llegó el día de la jura de bandera. En esa ocasión la comida, un poco mejor de lo habitual,  incluía, a mayores, un vaso de vino y dos pastelillos. Al final del ágape, los soldados, todos personas estudiadas, de pronto,  gratificados y enardecidos por el vaso de vino y los pastelillos, olvidaron el castigo sufrido durante tres meses y los consecuentes  insultos de desahogo proferidos  y se pusieron a cantar a coro: ¡el capi, el capi es cojonudo, cooomo el capi, no hay ninguno! 

El 20-D  los españoles juraremos la bandera de un partido político determinado desfilando ante las urnas. En esta ocasión, el vaso de vino y los pastelillos, en forma de paga extraordinaria, se dan con anticipación.

Brindemos, pues,  por un futuro joven. Y sonriamos.

 

                               José Antonio Quiroga Quiroga

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