Esta Navidad
tiene un "caloret" especial, y el espíritu parvulario de siempre. Para mantener
vivo el candor hasta la llegada de los reyes magos, el azar quiso que en estas fechas se festejen los Santos Inocentes. Y en
esta atmósfera de crédula ensoñación, el zar Rajoy decidió que se celebren las
elecciones generales.
Diciembre es
tiempo de fraternidad, de romper el hielo, de abandonar el plasma y echarse a
la calle a tomar unas cañas con el mundo. De pensar en el prójimo y visitar
mercados, donde se cuece la cesta de la compra; de acercarse al hogar del pensionista y hospitales,
habitados por la desesperanza y el dolor, y repartir promesas reconfortantes
acompañadas de palmaditas y apretones de
manos. Y de tomar un niño en brazos como un San José contemporáneo que comparte
tareas domésticas, aunque luego no sepa preparar unos mejillones al vapor.
También lo es
de rebajas. Del Black Fraude, y de las defensas del electorado, reblandecidas
ante la anunciada bajada de impuestos a los jubilados que renuncien a disfrutar
del jubiloso retiro En definitiva, y en
esencia, diciembre es mes de
reconciliación. Aunque efímera como una estrella fugaz.
Cuando hice el
primer campamento de la milicia universitaria, viví un curioso episodio de
reconciliación volátil, semejante a la de un estado transitorio de enajenación,
digna de estudio sociológico. A lo largo de todo el tiempo de instrucción militar, en pleno
verano, era habitual, entre otros padecimientos, que el sargento interrumpiera
bruscamente el momento de siesta y nos zarandeara a capricho con la voz de “¡¡¡a formaaaar!!! ¡¡¡Con cartucheras!!! Y, al
medio minuto, contradictoriamente adrede, cuando habíamos formado filas, volvía a gritar, “¡¡¡sin cartucheraaas!!!
luego, una vez más, ¡¡¡con cartucheraaas!!!, y así hasta irritar al personal,
que juraba acordándose, para mal, de los muertos del sargento y del capitán. Pero
llegó el día de la jura de bandera. En esa ocasión la comida, un poco mejor de
lo habitual, incluía, a mayores, un vaso
de vino y dos pastelillos. Al final del ágape, los soldados, todos personas
estudiadas, de pronto, gratificados y
enardecidos por el vaso de vino y los pastelillos, olvidaron el castigo sufrido
durante tres meses y los consecuentes insultos de desahogo proferidos y se pusieron a cantar a coro: ¡el capi, el
capi es cojonudo, cooomo el capi, no hay ninguno!
El 20-D los españoles juraremos la bandera de un
partido político determinado desfilando ante las urnas. En esta ocasión, el
vaso de vino y los pastelillos, en forma de paga extraordinaria, se dan con
anticipación.
Brindemos,
pues, por un futuro joven. Y sonriamos.
José
Antonio Quiroga Quiroga
No hay comentarios:
Publicar un comentario