domingo, 13 de septiembre de 2020

Acerca de la “carta abierta a Felipe VI de España”


Si mi convicción de que los nacionalismos ofuscan y “jibarizan” el intelecto de quienes padecen esta enfermedad era firme, la lectura de la carta abierta, publicada en  Nós Diario, que una profesora de enseñanza secundaria le dirigió  al rey de España Felipe VI, por cumplimentar, vestido de militar, la Comandancia Naval, Cabo Fradera, de Tuy, renueva y refuerza mi posicionamiento.
Comienza su escrito la autora exhibiendo la relación de vínculos afectivos, familiares, tributarios y profesionales con Tuy, a modo de auto investidura de derechos y fueros territoriales que le otorgan autoridad bastante para reprobar, aunque no impedir, la  histórica visita del monarca,  518 años después de la última de un rey, Manuel I de Portugal, a la ciudad donde le gusta vivir.
Advierte la profesora de los grados de dificultad  que observa en justificar una monarquía en el siglo XX, calificando de difícil para una ciudadana, y de imposible para una profesora y madre (adoptiva, que no biológica), dando así por sentado la diferente capacidad de comprensión de unas y otras en función de la condición social,  académica y maternal. Aunque en ella se dan los atributos mencionados: ciudadana, profesora y madre, es evidente que la condición de simple ciudadana es la que le proporciona mayor lucidez.
La fijación obsesiva con la guerra civil, trauma imposible de curarse con el tiempo, siempre presente y en primera línea de salida de la memoria, le empuja a marcarle la agenda a un rey que no reconoce. El recorrido protocolario correcto de actos de obligado cumplimiento por su majestad,  lo describe en la carta abierta, tal y como sigue: reconocimiento a los militares, carabineros y miembros del destacamento del Cabo Fradera, fusilados en septiembre de 1936 (no se priva de recordarnos sus nombres, ya que lamenta que no figuren en los libros de texto, pues no le basta con que consten en los de historia. Si hubiese llagado a ministra o conselleira de Educación, seguramente los educandos tendrían que apechugar con  insufribles  y en absolutos didácticos tochos, pesados como  ladrillos, que nada ilustrarían al estar compuestos interminables, áridas y absurdas series de nombres de todos los caídos en la contienda civil española o, probablemente, con  los de un solo bando); visita al monumento a los represaliados, levantado en el jardín de la Alameda de Tuy, “lugar de terror” (el espíritu de conflicto que no la abandona), que la gran mayoría de tudenses vivimos como espacio de paz y de escarceos amorosos de parejas enamoradas; y los desplazamientos de rigor: a el monte Aloya, lugar de refugio de quienes huyeron de los golpistas; a Sobredo (Guillarei), para rendir homenaje ante el monumento a los muertos habidos por oponerse a pagar las abusivas rentas a los señoríos,  triste suceso ocurrido en 1922, luego dinamitado en 1936; y a la Volta da Moura, donde fue fusilada gente.
No satisfecha con tratar de imponerle su particular programa de visitas al rey, y dominada por el afán de amentar el volumen, que no el peso, del fardo discursivo,  incluye   anécdotas irrelevantes, faltas de lógica y de sentido común, como el quejarse de que ese día no se pudo acceder a la Alameda,  recinto acotado por razones de seguridad personal del jefe del Estado, para depositar flores al pie del monumento a los represaliados (no debe considerar suficientes los restantes días del año y sus fechas señaladas para tan imperioso e inexcusable fin); o el reprocharle que no se refiriera a la reciente sentencia judicial que devuelve al Estado el Pazo de Meirás; además de  destacar el rechazo de una madre porque  su visita no comporta el pago del Erte por cobrar de su hijo.
Remata, la docente, su crítica, concluyendo que la venida a Tuy de Felipe VI fue un acto de propaganda en favor de la monarquía, además de provocación, dejando claro que debería serlo exclusivamente de decantación ideológica (izquierdista, por supuesto), de ruptura con la obligada independencia y neutralidad política exigible a la Corona, exponente de equilibrio y estabilidad, y no de humilde gesto institucional de hermandad y afecto a las Fuerzas Armadas.
Este es el particular Corán de la izquierda radical.

                             José Antonio Quiroga Quiroga


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