miércoles, 18 de septiembre de 2019

La luminosa Navidad de Abel Caballero




Como anomalía, y por lo que suelen tener de obsceno, los excesos me producen  rechazo instintivo.
La defensa del alarde lumínico que decora la Navidad de Abel Caballero se basa en la necesidad generalizada de elevar la autoestima individual, al tiempo que el orgullo colectivo de los vigueses, de poder presumir de ser los primeros en algo (ya que el Celta no colma esa carencia): la ciudad con más luces navideñas por metro cuadrado del planeta; y en que beneficia a la hostelería.
El regidor de Vigo, conocedor del alma del pueblo, dispuesto a idolatrar a quien lo redima del sentimiento de intrascendencia provinciana, aunque sea por el intento de figurar en el Guinness de los records sin importancia, alimenta hábilmente el espíritu de contienda retando, de manera infantilmente grotesca, a los alcaldes y alcaldesas de las principales ciudades del mundo: “que se preparen el alcalde de Nueva York, de Londres…etcétera”, como advirtiendo de que en esta materia les vamos a dar una paliza que se van a enterar; al tiempo que ceba a la hostelería local. Más exactamente, a los establecimientos del ramo más céntricos.


El alcalde de Vigo inaugurando el alumbrado navideño de 2018


              No se sabe cuántos años de vida le quedan al deslumbrante invento; quizá los que tarden otras ciudades en seguir los pasos del líder-guía de los destinos de Vigo. Luego, la idea luminosa devendría en pura orgía y estéril derroche. Poco importa ahora este pronóstico incierto, sino la incoherencia social y falta de solidez de esta política, un tanto al estilo de la practicada en su tiempo por Gil y Gil en Marbella. Reparemos en que el principal cometido de un ayuntamiento, además del burocrático-administrativo, es el de proporcionar servicios básicos e infraestructuras, a precio de coste, que redunden en el uso y disfrute de la generalidad de la ciudanía.. Sin embargo, con tal exhibición solo se lucran unos cuantos hosteleros; la mayoría social de asalariados, que con sus impuestos contribuyen involuntariamente a este derroche público, no verán incrementadas sus nóminas, sino mermadas las prestaciones sociales, o la calidad de las mismas, en igual medida en que por ello disminuyen las distintas partidas presupuestarias municipales. Nada garantiza que las ganancias dinerarias particulares, a mayores de las habituales en tales fechas, superen la “inversión” navideña, ni que, como el capital no tiene patria, una pequeña parte revierta en la economía local en lugar de engrosar las respectivas cuentas bancarias de los hosteleros, o acaben invertidas quién sabe dónde.
              No estamos, pues, ante un acierto de gestión municipal orientado a la distribución equitativa de bienes públicos, como cabría esperar de un alcalde socialista, como Abel Caballero, sino frente a una política que cultiva el populismo capitalista, a mayor gloria personal del promotor, que engorda el patrimonio de los  más acomodados.
                      La mayoría asalariada es feliz porque se contenta con solo pertenecer a la ciudad estrella supuestamente más brillante en el mundo; los empresarios y autónomos, sin perjuicio de lo anterior, porque embolsan "cash".


                                 José Antonio Quiroga Quiroga







1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo contigo.

    Lo de caballero es ridículo, un bufón que parece que resulta muy simpático, pero hay que darle a la gente lo que quiere. Y lo que quiere son luces y chulería chabacana. Pues vale.... miusi y lais en el christmas tree


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