sábado, 14 de noviembre de 2015

El primer mandamiento


 

No es propio de un Dios reclamar que le amen, al margen que no es posible amar lo inabarcable e inimaginable. En todo caso a Dios solo cabe adorarle. Y en absoluto aceptable que tal pretendido amor  se anteponga al de sobre todas las cosas, que induzca a desatender lo terrenal en aras de lo celestial. He aquí el germen de todo fundamentalismo, y de los riesgos que comportan para este mundo los  altos vuelos del espíritu. Si la mirada está puesta en el cielo no es de extrañar que en nuestro caminar nos pisemos unos a otros.

A propósito del conflicto entre Israel y Palestina, Isaac Rabín dijo en una ocasión, después de rubricar entre salvas de cañones el acuerdo de paz con Jordania, “Si Dios quiere no habrá más muertos”. ¿A qué Dios se refería?

Debería bastarnos como guía de conducta, porque está a nuestro alcance, aunque no es fácil, el principio de amar a todas las cosas, animadas e inanimadas, a nosotros mismos, al mundo animal, al paisaje, al aire, al agua…En definitiva, a este mundo, a la realidad que nos toca vivir.

Cuando se antepone el amor a Dios sobre todas las cosas, suele  suceder que este amor a lo intangible termina por  interponerse entre el fraterno de la humanidad.

El verdadero Babel no han sido ni son las lenguas, sino los credos.

 

                                 José Antonio Quiroga Quiroga